He llegado a la conclusión de que cuando me describo como ‘músico frustrado’ caigo en un grave error conceptual. La frustración debería nacer de mi incapacidad para tocar un instrumento o interpretar una partitura pese a mis conocimientos musicales. Sin embargo, como estos son inexistentes, no puede haber desilusión posible (todo ello mirado desde un punto de vista puramente racional, sin emociones mediante, como si me tratase de un robot). A mí me gustaría viajar a la Luna, pero saber que jamás pisaré el polvo blanco no me provoca infelicidad porque ni he estudiado ingeniería aeroespacial ni he movido un dedo para conseguirlo.

Tomando esta premisa como base, considero que la etiqueta que mejor se adapta a mi relación con la música es la de ‘productor frustrado’. Porque saber tocar un instrumento es complicado de narices, pero escuchar una canción y opinar “aquí metería una segunda guitarra”, “qué bien sonarían ahora unos coros” o “yo quitaría los últimos treinta segundos” lo hace cualquiera. Dicen que en España hay 46 millones de entrenadores de fútbol (frustrados) y cada uno de ellos está convencido de cuál es la alineación idónea para la selección. Si en nuestro país hubiese el mismo interés por la música que por el deporte rey, también existirían 46 millones de productores (frustrados). Yo, al menos, me reconozco en este rol.

Recuerdo el día en que junto a un amigo teorizamos que la canción ‘Noir Désir’ de los belgas Vive la Fête sería un hito musical de la electrónica de no ser por los dos últimos minutos. Esos malditos 120 segundos de aullidos descontrolados sin ningún tipo de justificación, melodía o ritmo nunca serán lo suficientemente criticados a tenor de los daños que causaron al conjunto de la obra. La frustración y el dolor provocado en este caso concreto existe y está justificado porque no hay una incapacidad por mi parte: para solucionar el problema la única habilidad necesaria era no incluir esos gritos. En mi cabeza existen muchos incidentes similares. Algunos son simples matices, quizás detalles ínfimos que pasen desapercibidos pero a que a mí me sientan como una patada dirigida con fuerza a la entrepierna.

pigsonthewing

‘A shelter from pigs on the wing’.

El caso paradigmático de mi síndrome de ‘productor frustrado’ es el de ‘Pigs on the Wing’, canción de Pink Floyd que a mi juicio podría haber sido una creación musical a la que catalogar con el adjetivo de perfecta. ‘Pigs on the Wing’ (expresión que utilizaban los pilotos de la Real Fuerza Aérea Británica para referirse a aviones enemigos que no podían ver porque su propia aeronave los tapaba, generalmente con las alas) está dividida en dos partes de 1:24 y 1:27 de duración. Es obvio que se trata de una sola canción que en su momento fue dividida para protagonizar el inicio y el cierre del disco ‘Animals’. Y ahí radica el que para mí es el gran error: de no haberla dividido, no tendríamos dos muy buenas canciones sino una obra maestra.

Escuchando las dos partes por separado, maldigo a la persona que decidió mutilar la canción. Si bien es cierto que dentro del disco la separación funciona por la estructura conceptual del mismo, no lo hace fuera de él, y eso es algo que el tiempo ha agravado debido a los nuevos hábitos de escucha musical que marginan los álbumes como conjunto. Disfruto mucho de la primera parte de ‘Pigs on the Wing’, pero cuando el tema acaba me invade la sensación de que allí falta algo. Cuando pongo la segunda parte, el efecto es parecido pero al revés; es como si la canción hubiese empezado con minutos de retraso, como si su tronco y su cabeza siguiesen intactos pero alguien le hubiese amputado las piernas. El todo no siempre es la suma de las partes.

Afortunadamente, la tecnología es la mejor aliada de los productores frustrados. Hace algunos años alguien tuvo la genial idea de utilizar un programa de edición de sonido para juntar los dos fragmentos, unirlos mediante un solo de guitarra y colgar el resultado como una pieza íntegra en Youtube, poniendo así fin a la pesadilla. La esencia de la canción continúa intacta, ya que el solo de guitarra de Snowy White (un colaborador habitual de la banda) que sirve de nexo de unión en la remezcla ya fue utilizado por Pink Floyd en la versión de cartucho de ocho pistas de ‘Animals’. De hecho, sonaba como una pista extra entre la quinta canción y la primera, esto es, la segunda parte de ‘Pigs of the Wing’ y la primera, con la intención de que el disco se convirtiese en un bucle infinito. Con este gesto, los propios Pink Floyd ya dieron a entender que la pieza debía entenderse como una única unidad (esa es, al menos, mi teoría conspirativa de los hechos, porque no deja de ser extraño que la canción estuviese unida, pero al revés).

Y ahora que disfrutamos del tema de Pink Floyd sin cortes ni interrupciones, podemos resolver la pregunta que muchos se hicieron en 1977, cuando apareció por primera vez: ¿la unión de las dos ‘Pigs on the Wing tiene como resultado la canción perfecta? Yo pienso que no, porque no existe ni existirá jamás dicha canción, aunque algunos -melómanos y románticos- sigamos perdiendo el tiempo tratando de encontrarla.

Tres canciones, 282. La elección de Withor

PINK FLOYD – ‘PIGS ON THE WING’ (PART 1 & 2)

@adriwithor