Teníamos que descargar Pokémon GO porque aquello iba a cambiar para siempre nuestra manera de consumir ocio (e incluso de ver el mundo); teníamos que abrirnos una cuenta de Snapchat porque Instagram ya no estaba de moda, una de Instagram porque Twitter no dejaba  de perder seguidores, una de Twitter porque pronto iba a ser más importante que Facebook, y por supuesto otra de Google Plus porque “lo va a petar”; eras un pringado si no te habías descargado Line o Telegram, que son mucho más seguras que Whatsapp, al que le quedaban cuatro días de vida; Grooveshark funcionaba mejor que Spotify, y qué haces que todavía no te has abierto una cuenta de Pinterest, que es el futuro. O eso decían.

Vivimos rodeados de gurús de la tecnología que no dejan de prever revoluciones a cada instante. Estos charlatanes, que equiparan la creación de ciertos juegos, aplicaciones o redes sociales a la invención de la rueda, quieren hacernos creer que todo avanza más deprisa de lo que realmente lo hace. Ando yo un poco harto de ellos, y harto de estas pseudorevoluciones precocinadas que supuestamente van a transformar nuestra sociedad digital y acaban extinguiéndose en unos días sin que nadie se acuerde de ellas.

Quizás peco de clásico, pero yo cuando pienso en una revolución lo hago a lo grande, con artículo definido femenino singular incorporado y en mayúsculas: la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, la Revolución Rusa. ¿En serio se puede meter a Pokémon GO en el mismo saco?

poki

Obviamente bromeo, pero me cabrea que tengamos en tan alta estima a estos supuestos expertos y estemos obsesionados (tanto individualmente como en sociedad) con la implantación diaria de nuevas tendencias, con la imposición de nuevos paradigmas cuando los antiguos aún funcionan perfectamente, con esa falsa necesidad de innovaciones constantes. En este escenario de vértigo, las supuestas revoluciones digitales que van a transformar el mundo y cambiar nuestro día a día cada vez duran menos porque se ven sustituidas prácticamente al instante por otras. Revoluciones de usar y tirar, revoluciones que no revolucionan nada. El propio Pokémon GO, que apenas tiene unos meses de vida, ya parece algo caduco, anticuado, del Pleistoceno. Vivimos tan deprisa y tenemos tan poco tiempo para pensar (y tan pocas ganas de hacerlo) que aplaudimos a esos profetas que preconizan la revolución sin pararnos a reflexionar sobre si realmente existe (o, peor todavía, sobre si realmente la necesitamos).

Por todo ello, mi postura se aproxima bastante al escepticismo positivo. Desconfío de la revolución, aunque no niego que pueda producirse; prefiero pecar de cauto y llegar tarde a ella (si es que acaba germinando) y evitar ese estrés emocional que es el tener que probarlo todo y estar siempre atento por si acaso. Y por encima de todo, desconfío de los gurús y de los medios de comunicación que gritan a los cuatro vientos que “la revolución ya está aquí” y que no perdamos más tiempo si queremos formar parte de ella. En realidad, me siento mucho más cercano a aquel hombre que una vez apostilló, de manera brillante, que “las revoluciones no se hacen. Llegan”.