Esta semana El País publicó una entrevista al historiador Rutger Bregman en la que defiende el establecimiento de una renta básica universal, algo que considera posible y necesario por el actual estado de desarrollo tecnológico, que amenazará en un futuro próximo, según los más pesimistas, millones de trabajos.

Más allá de su posibilidad técnica (no está de más decir que se lleva hablando de la renta básica universal desde los años 70), entre sus afirmaciones me ha llamado la atención en especial la siguiente: «Hemos subestimado la extraordinaria capacidad del capitalismo para generar nuevos trabajos inútiles. Hoy tal vez el 30% de los empleos son inútiles, pero el capitalismo puede convertir esa cifra en el 40%, 50% o 60%».

Esta afirmación me ha recordado el trabajo de un antropólogo por el que siento una gran admiración, aunque no siempre esté de acuerdo con él: Marvin Harris. En su La cultura norteamericana contemporánea, publicado en 1981 (más tarde se reeditaría bajo el título Por qué nada funciona, publicado en España por Alianza), Harris sostenía que después de la II Guerra Mundial se desarrolló un tipo de capitalismo con una inflación de trabajos inútiles en el sector servicios (el predominante desde entonces) que pronto serían devorados por la automatización tecnológica.

Pero Harris, en contra de los que alumbraban una sociedad futura ociosa como John M. Keynes o Bertrand Russell, no creía que la automatización en el sector servicios llevaría irremediablemente a lo predicho por los teóricos del fin del trabajo (como Jeremy Rifkin, que es a quien se dirigía la crítica). Más bien al contrario. Escribía Harris: «Prácticamente garantiza el crecimiento del paro en el futuro».

Harris no teorizó sobre la implantación de una renta básica universal para paliar las consecuencias de la automatización y que en la actualidad se debate hasta en el mismo Foro de Davos (fue uno de los temas estrella de la última edición). Pero al final de la obra citada hace una observación muy pertinente para el debate actual. La observación me parece de una gran relevancia, por la perspectiva sociohistórica que ofrece en respuesta (ciertamente desasosegante) a aquellos que consideran que no debemos alarmarnos, que en el pasado la tecnología ha automatizado muchos trabajos (como el agrícola y el industrial) y siempre han aparecido nichos nuevos en los que ocupar ese «excedente» de mano de obra:

«Cuando aumentó la productividad en la agricultura, descendió el empleo agrícola y el excedente de mano de obra se vio desviado hacia la producción minera e industrial; y cuando aumentó la productividad de estos sectores, el excedente se integró en la producción de información y servicios. ¿Qué pasará ahora?

Siendo como es la mecanización de los trabajos del sector de la información y los servicios mediante microordenadores la industria de más rápido crecimiento en los Estados Unidos, ¿quién puede dudar de que el mismo proceso está a punto de repetirse en el campo de los servicios y la información? Pero con una diferencia: no hay ninguna área concebible de empleo rentable cuya expansión pueda compensar los incrementos en la productividad, por modestos que sean, del sector de los servicios y la información (…)».

Esto, vuelvo a recordarlo, lo escribía en 1981. Pero cambiemos la palabra «microordenadores» por robotización y nos encontraremos un escenario parecido al de ahora. O al menos, al que se debate ahora, pero teniendo en cuenta la observación de Harris: del sector agrícola se pasó al industrial y del industrial al sevicios. Pero después del de servicios, ¿qué otro sector queda, una vez automatizado (robotizado) la mayoría de trabajos?

Y ahora pongamos este debate y estas afirmaciones en un contexto antropológico comparado. Ya sabemos de sociedades (las no industriales) en las que la vida de los individuos no gira en torno al trabajo. Éste es un elemento más de la vida social, pero no el esencialmente vertebrador.

No obstante, la sociedad industrial, como escribió Ernest Gellner (otro antropólogo), es inconcebible sin un crecimiento económico continuado (a diferencia de las sociedades no industriales, para las que el crecimiento económico es un concepto ajeno). La estabilidad de nuestra vida social, que también es laboral (aclaro: en el contexto industrial-capitalista), depende de él. Más allá de herramientas de subsitencia como la renta básica universal, mi pregunta – o, más bien, mis dudas – es si será concebible una sociedad industrial-capitalista, tecnológicamente hiperavanzada, en la que el trabajo esté disociado de su vínculo económico. O en otras palabras, si con la sociedad industrial-capitalista la economía se independizó del resto de las esferas de la vida social, tal y como observó Karl Polanyi en La Gran Transformación (1944), ¿estamos a las puertas de una sociedad en la que la economía también se independice de la vida laboral, desprendiéndose así del último lazo que la vinculaba con nuestra vida social?

Está claro que no tengo la respuesta. Y ni siquiera estoy seguro de que haya planteado bien la pregunta.

Lecturas recomendadas:

· Marvin Harris, Por qué nada funciona, Alianza, Madrid, 2013 (1981).

· John M. Keynes, Las posibilidades económicas de nuestros nietos, Taurus, Madrid, 2015 (1931).

· Karl Polanyi, La gran transformación, Virus Editorial, Barcelona, 2016 (1944).

· Peter Frase, Four Futures: Life After CapitalismVerso Books, Londres, 2016.