Miércoles. Nueve y algo de la noche. Antes de irse de la redacción una compañera curiosea entre las páginas ajenas del periódico que se van a publicar mañana. Echo un ojo también al titular que le ha llamado la atención y que ha dejado escapar algunas risas: ‘El comercio de Salou, harto de oír una marcha fúnebre en la música ambiental’. Me sobrecoge el enigma, pero tengo prisa y no me da tiempo a leer más.

Jueves. 11.30 horas. En el periférico bar donde La inercia teje sus estrategias de dominación mundial desmenuzamos la noticia, ya negro sobre blanco, ya con cafeína en la vena. Titular en portada, paginaza y media a la cuestión, de elaboración periodística impecable: polifonía de fuentes, voces de afectados, versión institucional y hasta perspectiva de un experto. Nihil obstat.

Jueves. 11.35 horas. Entrando en materia de autopsia, la cosa es de señor descojone: los comerciantes se quejan de que la música que se emite a través de los altavoces de las nuevas farolas es “triste, desmotivadota y no anima a la gente a pasear por esta zona”. Los establecimientos “reclaman que se pongan canciones más alegres”, que la tal melodía de la parca ahuyenta el personal. Olemos la historia paramusical y nos ponemos bravos.

Jueves. 12.00 horas. El hilo musical se instaló en varias farolas de la zona peatonal del núcleo antiguo poco antes de verano. La lúgubre melodía de la discordia suena dos veces al día, hacia las 11.20 y las 18.20 horas. El resto del tiempo es música clásica y algún comerciante atiza contra ella: “Es muy aburrido. Siempre las mismas canciones. Al principio ponían música más animada, chill out… pero aquello duró poco”. ¿No hay huevos a ir in situ al lugar y comprobar? ¿Que no? La inercia. Periodismo de investigación. Vocación al canto. Ni Pérez-Reverte en Sarajevo.

Una de las farolas, con el altavoz incorporado que difunde la melodía de la polémica     Foto. J. Pinazo

Jueves. 18.00 horas. Enviados especiales a Salou. Diario de… una polémica que tiene en vilo a la Costa Daurada. Nos imaginamos a un pueblo conmocionado, en dicotómica pugna, a favor y en contra de la marcha de marras. Soñamos con disputas gobierno-oposición, con que la noticia bulla en las calles, con que haya debate y tertulia alrededor, con que esté ardiendo un poco Troya. Anhelamos un ‘Salougate’. Vamos, eso sí, justísimos de tiempo. La audición empieza en 20 minutos.

Jueves. 18.07 horas. Aparcamos, creyendo que la zona cero anda cerca del rock urbano que históricamente despachan los pubs Kalea y Garage. Caminamos un rato por calles desérticas, llenas de comercios cerrados, ¿desalojadas acaso de compradores compulsivos por la marcha de marras? No lo creemos. Más bien, que andamos equivocados. Candela al GPS: estamos a kilómetro y pico. Lío, nervios, desorden, cuenta atrás, coche, paseo marítimo y parking.

Jueves. 18.23 horas. Por fin. Llegamos algo tarde pero todo bajo control: aquí manda el silencio, apenas interrumpido por el villancico rancio de un Papá Noel que baila. Vemos el artilugio farolero, con su altavoz mudo, y la vida normal de un festivo transcurriendo lánguida en el casco antiguo de un Salou invernal, sesteante, perezoso. Carajo de contrastes: un corresponsal aquí suele hablar de slammers, de Pachá, de gente guapa en garitos ‘in’ o de púberes británicos en coma etílico.

Jueves. 18.26 horas. Más silencio, más normalidad, más dudas. ¿Acaso el ayuntamiento, ante las críticas, ya ha retirado la musiquita de la pálida dama? ¿O es que dura dos minutos y, nosotros, cazurrillos, nos la hemos perdido, como se perdía Hunter S. Thompson por sus colocones las carreras de coches que debía cubrir? En ese caso: ¿tanta controversia suscita? Quieren los hados que por esa calle, casi en la misma situación, camine Javi, el periodista autor de la noticia y cerebro de Rock de la Urbe. ¿Quién mejor que él para alumbrarnos entre tanta interrogación?

Jueves. 18.29 horas. Resulta que la marcha fúnebre es caprichosa, hasta aleatoria, y no suena a diario, nos concede Javi, que explora este rincón en la ardua práctica, en jerga periodística, de hacer seguimiento de la noticia. Nos dice que ayer, en principio, fue la última vez que sonó y que es cuestión de horas o días que, según versión consistorial, la empresa responsable pinche villancicos dicharacheros que animen al cliente a quemar ‘credit card’ en las tiendas de la zona. ¿Por qué no decirlo? Un bajón incólume nos sobreviene. El trabajo de campo salta por los aires. Al menos, Javi arroja más luz: la secuencia del demonio, que forma parte de un hilo de música clásica, aparecía un par de veces al día y duraba alrededor de seis minutos. Ahí la razón (ni crisis ni leches) de que el siempre espléndido comprador se achantara y dejara de circular por la zona.

Jueves. 18.38 horas. Es ya muy oscuro y habrá que irse con la frustración entre las piernas. Javi, por su parte, se debe inventar algo para darle una mínima continuidad al tema. Nuestro gatillazo periodístico es imponente. Recordamos un testimonio, sobre la marcha: “Es desmoralizante. Cuando suena por la noche y en la calle no hay nadie da hasta miedo”. No cabe hundirse, pero los plumillas machacas tendrán que presentarle al redactor jefe de La inercia ni que sea esta anticrónica y un documento gráfico, que no se diga que no ha habido despliegue, y todo sea por justificar las dietas.

Viernes. Titular de Javi en el periódico, en unos bajos discretos: ‘El núcleo antiguo de Salou no tuvo música ambiental. No sonó la polémica marcha fúnebre’.

Sábado. Titular de Javi en el periódico, a cinco columnas: ‘El núcleo antiguo de Salou cambia la marcha fúnebre por villancicos’. Y un reclamo en portada, zanjando asunto.

raúl y V the Wanderer