El festival de Sitges es una de las citas anuales más respetadas en esta santa casa, ¿cómo puede ser que hasta ahora no le hubiéramos dedicado ni una entrada? Ahí va, por primera vez, un repaso a lo que he visto en esta edición.

Phantasm V: Ravager (David Hartman, 2016, Estados Unidos)phantasm-ravager-angus-scrimm-as-the-tall-man

Un fanfilm amateur que de alguna manera ha conseguido ser oficial. A estas alturas en la saga Phantasm sólo quedamos los más fieles o los más curiosos, y la falta de miradas externas hace que se vuelva asfixiante, saturada de autorreferencialidad y fanservice. También que se descuiden las formas: el digital permite hacer travelings interminables por una ciudad post-apocalíptica, sí, pero a base de cromas mal compuestos y CGI de animática. Phantasm siempre ha sido low-cost y nunca ha pretendido ser otra cosa, hasta ahora: Ravager parece un intento de estudiante por crear un blockbuster de acción. Esta quinta y última entrega de una de las mejores (y más indescifrables) sagas del terror americano es la primera que no dirige Don Coscarelli… y cuánto se le echa de menos. Plana, fea, obvia, enredada en un un intento torpe de mind-game film, Ravager funciona a ratos pero pide ser olvidada. (Al final de la proyección hubo un turno de preguntas bien majo con Coscarelli. Alegrías que da Sitges.)

Interchange (Dain Said, 2016, Malasia)

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La clase de cinta que sólo puede verse en Sitges: un thriller malayo que combina detectivesco y fantástico, realismo y mito, lo hiperurbano y el folklore. No funciona todo el rato pero su atmósfera opresiva y alguna imagen poderosa y única (esos cadáveres desangrados con todas las venas expuestas) ya hacen que valga la pena.

Psycho Raman (Anurag Kashyap, 2016, India)

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Anurag Kashyap se me había escapado hasta ahora, pero ya está entre los directores actuales que más me interesan. Pyscho Raman, Raman Raghav 2.0, es un trallazo intenso, firme, que no pierde el foco en las más de dos horas que dura, organizada alrededor de un personaje magnético, impredecible y aterrador al que el actor Nawazuddin Siddiqui convierte en icono. El cierre, atando su trayectoria con la del policía que le persigue, acaba de elevar el relato. Uno de los mejores estrenos del festival.

El ataúd de cristal (Haritz Zubillaga, 2016, España)

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Alguien entra en un sitio cerrado y una voz con carraspera le anuncia que será sometido a pruebas para expiar algún pecado que, por supuesto, no recuerda. La tortura comienza y nuestro alguien empieza a desesperarse, sin saber muy bien qué se espera de él. La voz hace peticiones cada vez más imposibles y demuestra a) que ha previsto absolutamente todas las situaciones posibles y b) que tiene más recursos que un supervillano de James Bond. Además se ha metido en la cabeza del protagonista, haciéndole enfrentarse a sus propios fallos y vilezas. Cada una de las torturas se narra con tiempos dilatados, planos detalle que transforman lo mundano en aterrador y un montaje de sonido a todo volumen. La peli acaba con una redención agónica y su gran logro es que no nos aburramos del mismo espacio y la misma cara durante hora y media, cosa que, de alguna manera, nos parece suficiente para salir dando volteretas. Si todo esto te suena es que a lo mejor lo has visto ya (de una manera u otra) en Phone Booth, Buried, El desconocido... y si te gusta, tal vez disfrutes de El ataúd de cristal, un ejercicio técnico y actoral brillante lastrado por un guión de multa y un tramo final insalvable.

Hardcore Henry (Ilya Naishuller, 2015, Rusia)

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Era cuestión de tiempo que alguien se atreviera a hacer un largometraje entero en primera persona, que el cine, en su tradicional empeño por el más difícil todavía, remediara la estética GoPro y el punto de vista de algunos videojuegos. La primera alegría que da Hardcore Henry es que la proeza técnica funciona y asombra y el código no se les queda nunca pequeño. Lo que hace que realmente valga la pena es que el concepto, más allá de lo formal, no podría ser más desmadrado: parkour circense, Sharlto Copley interpretando diferentes personajes (caricaturas vivientes) que son todas la misma persona, un villano propio de cualquier anime excesivo (algo así necesitaba Deadpool) y fantástico sin complejos. El contacto con los videojuegos, además, es más Mirror’s Edge que Call of Duty, más saltimbanqui que balasera, más deconstrucción cómplice y crítica que explotación idiota. Porque sí, Hardcore Henry es pueril, desbordante, cafre, ultraviolenta, pero también creativa, inteligente, autoconsciente, lúdica. Merece estar entre las mejores cintas de hiperacción de los últimos años, junto a las Crank, Shoot’em Up o las nuevas Fast and Furious. Una de las mayores fiestas a las que he acudido nunca en una sala.

Voyage of time: Life’s Journey (Terrence Malick, 2016, Estados Unidos)

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Resulta que lo que Malick necesitaba era liberarse de la obligación de contar historias, de fingir que había una coherencia narrativa en sus experimentos tonales y poéticos, y perderse en sus propios excesos. Voyage of Time puede ser la primera película suya que disfruto de principio a fin, tan abrumadora que ni siquiera la rompen unos interludios en vídeo DV casero y una narración pretenciosa y adolescente (tan ridícula como todos los voice over del autor) con la que Cate Blanchett hace lo que puede. Con una selección de piezas de Arvo Pärt, Mahler y Paul Horn, entre otros, y unas imágenes que piden la pantalla más grande posible, Malick lo tiene claro: contemplar el cosmos y su tiempo ha provocar la misma sensación, multiplicada, que produce una catedral. Y con Voyage of Time lo consigue.

Arrival (Denis Villeneuve, 2016, Estados Unidos)

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La mejor película del año. Inteligentísima, narrada con una seguridad contundente, paciente y sensible. También una declaración de amor a las Humanidades (¿Humanidades-ficción?) a la que no le da miedo plantear discusiones sobre pragmalingüística o teoría del juego como setpieces de thriller. La genialidad de su estructura no se comprende hasta el final y lo de Amy Adams es para regalarse con hipérboles (tampoco sorprende después de Her Big Eyes). Tras el pinchazo de la sesión sorpresa del año pasado (¿a quién se le ocurre programar la argentina El clan en un festival de cine fantástico de madrugada?) estuve a punto de no arriesgarme… y qué suerte haberlo hecho. Ésta es mi renovación de votos anual con el cine.

The Monster (Bryan Bertino, 2016, Estados Unidos)

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Es una película sobre un monstruo que se llama The Monster: aquí las cosas están claras. También intenta ser un drama sobre una madre desastrosa y su hija, y aunque los personajes funcionan, aquí la cosa está menos clara. Bryan Bertino (el de la flojita The Strangers) se lo toma en serio e intenta hacer una cinta tensa, clásica, artesanal, con un muy de agradecer bicho de goma, pero también emotiva y honesta. Acaba quedándose a medio gas en todo (los ataques del monstruo son menos eficaces de lo que la película cree y el drama abusa de flashbacks redundantes) y esto hace que, según como tengas el día, te parezca una aportación competente y voluntariosa al género o un pinchazo sin nada nuevo que decir. A mi me valió.

The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016, Francia)

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Nicolas Winding Refn era un director de películas meticulosas, esteticistas, viscerales, rebosantes de vida, como Bronson, Pusher o Valhalla Rising. NWR es un tipo que se llama igual pero firma y filma diferente, que se dedica a producir imágenes muy bonitas y ponerlas en orden hasta que suman un par de horas, y como dos horas son mucho a veces tiene que ralentizarlas muy despacito o repetirlas unas cuantas veces. Todas esas imágenes están compuestas de maravilla e iluminadas por neón, lo que hace que cualquiera de nosotros las quiera tener de fondo de pantalla, y las acompaña un tipo llamado Cliff Martinez que va pulsando muy despacio teclas en su sintetizador, lo que resulta muy agradable. En esas imágenes salen actores pero que no actúan sino posan, como si estuvieran en una sesión de fotos para una revista de moda o un vídeo de Gucci. De vez en cuando pasan cosas más o menos provocadoras para epatar a la burguesía (por ejemplo, alguien se lía con un cadáver) y la gente habla (con pausas largas) para subrayar algún tema obvio que parece añadir profundidad, como lo superficial y vacío que es el mundo de la moda en L.A. Además recuerdan a otras pelis (mejores), como Suspiria, y a otras épocas (no necesariamente mejores), lo que hace que nos parezcan tan buenas como aquellas. Una vez tiene todo esto, NWR abre un archivo .txt en el que va apuntando títulos que se le ocurren y elige uno al azar, como, por ejemplo, The Neon Demon. Luego la estrena y todos vamos a colgar sus imágenes nuevas a nuestras redes y a celebrarlo porque nos dará mucho que hablar aunque él no haya dicho nada.

Train to Busan (Yeong Sang-ho, 2016, Corea del Sur)

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¿Cuánto hace que no disfrutaba de una peli de muertos vivientes? Las últimas debieron de ser [REC] y Pontypool, ¿y de las tradicionales? En su paso a la imagen real (que se le da de lujo, pero que espero no le haga abandonar la animación), Yeong Sang-ho no intenta reinventar el género sino dignificarlo, aprovechar sus virtudes (importancia del espacio, claustrofobia, dinámicas grupales) para hacer una película con voz propia, que va más allá del refrito sin necesidad de trucos. Aquí vuelven a cobrar sentido el gore, la tensión e incluso la crítica social. Una revitalización de la idea más quemada por la cultura popular en la última década. En muchos sentidos, Train to Busan es la película que World War Z intentaba ser.

Swiss Army Man (Daniels, 2016, Estados Unidos)

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¿Esta hecha para molestar o es la película más inocente de los últimos tiempos? ¿Puede ser ambas cosas a la vez? Sea como sea, Swiss Army Man es una de las obras más inexplicables del año, tan grotesca como cursi. Un crítico la describió como Castaway combinada con Weekend at Bernie’s dirigida por Michel Gondry, y me parece una definición excelente. Es cierto que una vez ha puesto todas las cartas sobre la mesa le queda poco que añadir y se vuelve algo complaciente, pero la honestidad de sus interpretaciones y un final memorable hacen que aguante el tipo hasta el final. No sé si es la mejor película de las que iban a competición, pero resume muy bien el espíritu del festival: riesgo, visceralidad, hígados, honestidad y humor. Por eso llevamos años yendo a Sitges, por eso volveremos muchos años más.