Todos tenemos nuestros puntos blandos. Yo tengo un buen puñado. Paul Thomas Anderson es uno de ellos. Cada película va a más o, como mínimo, se mantiene. Cuesta valorar en esos términos la tremenda brutalidad de su talento cinematográfico.

Su sexta película es una exhibición irrepetible, una barbaridad que rompe con todas las reglas vistas hasta el momento, un golpe en la mesa incontestable. Quizá el ser humano todavía no esté preparado para asimilar el grosor de ciertas obras fílmicas, tal vez no hayamos madurado lo suficiente como para poder masticar tantísima sabiduría.

there will be blood

‘There will be blood’ (traducida sin respeto como ‘Pozos de ambición’) no es una joya sino una montaña alta y rocosa que necesita ser escalada para ser descubierta. Solo desde arriba puede comprenderse una pequeña parte del significado de la vida. El cine, a veces, nos recuerda que es a través de la ficción como mejor podemos entender todos esos matices que en nuestras vidas no sabemos digerir.

Olvidaos del cuchillo y el tenedor: esta película es un pollo asado que merece ser devorado con las manos. Y nada de dejarse los huesos, si acaso reneguemos de una vez por todas de nuestra dentadura. Disfrutemos de las heridas y bebámonos el sufrimiento. Dejemos que Daniel Day-Lewis nos amordace contra la pared y nos la clave (la voz) hasta el fondo del cerebelo. Hay que cavar muy hondo para encontrar la verdadera riqueza de la razón contra los falsos poderes de la moral.

@melontajaenmano