Ahora todos se ríen de él. Le señalan con el dedo cuando camina por la calle. Y todos le gritan que es un capitán cobarde, para volver a soltar una grotesca carcajada. No se dan cuenta, todos ellos, de su contradicción. No son capaces de entender que burlándose del Capitán Schettino, los italianos se mofan de ellos mismos, de su cultura, de un modo de vida. Dicen que las sociedades tienen los políticos que se merecen. Estoy de acuerdo. Y  añado un órdago: también tienen los ídolos que se merecen, por mucho que nos empeñemos en creernos mejores que ellos, mientras miramos hacia otro lado.

Azzurro, il pomeriggio è tropo azurro…

Hay que reconocer que es un gran chiste

En España idolatramos al Dioni, porque nuestro objetivo vital, tristemente, era y sigue siendo vivir la vida sin pegar palo al agua. Si es necesario, a costa de los demás. Y en Italia, en un futuro, cuando haya cumplido la pena por homicidio imprudente, desacato a la autoridad y otras varias, el Capitán Schettino será venerado como un héroe nacional. Los italianos tendrán su Dioni particular. Porque aunque no quieran admitirlo, aunque ahora silben disimuladamente como si no fueran protagonistas de la película y ladeen la vista hacia la pared, es el personaje que mejor representa lo que es Italia y la forma de ser de los italianos.

Tu mi fai girar come fossi una bambola

No olvido que Schettino provocó más de 30 muertos. Ni dejo de condenar su actitud irresponsable y totalmente punible. No se equivoquen: soy consciente de que los italianos en su mayoría jamás llegaría a estos extremos. Pero el modus vivendi y la actitud de muchos de los que conocí durante mi doble estancia residiendo en el país de la bota si se corresponde con las del capitán. Y ahora, se ríen de él. ¿Pero cuántos de ellos no hubieran sucumbido a los rubios encantos de la traductora moldava con un máster en streptease destacado en su curriculum? Y ahora, le señalan con el dedo. ¿Pero cuántos de ellos no se hubieran atemorizado y hubieran huido despavoridos al ver como el crucero empezaba a hacer aguas? Y ahora le gritan, con tono burlesco, capitán cobarde. ¿Pero cuántos de ellos pueden afirmar con rotundidad que nunca han tenido una actitud irresponsable en su puesto de trabajo?

Senti nell’aria c’è già, un raggio di sole più caldo che va

Italia es un país que no se puede amar sin haberlo odiado antes. Porque es el país del desorden, del caos, de la irresponsabilidad; Italia es la lentitud de la burocracia llevada al extremo, el vuelva usted mañana elevado hasta las últimas consecuencias. Es el país de ni lo sé ni me importa, de las baladas hipercalóricas que nadie se cree; del fútbol como religión, de la religión como triste bálsamo. Italia es un país lleno de jóvenes que votan a Berlusconi, no por sus ideales, ni por ser de derechas o izquierdas. Simplemente, porque quieren ser como él.

¿Se puede ser más italiano que el capitán Francesco Schettino?

Pero Italia también es el país de la amabilidad, de las sonrisas como respuesta a los problemas, de la buena gente escondida en cada rincón dispuesta a abrirte las puertas de su casa aunque apenas te conozcan. Italia intenta ser feliz pese a todas las adversidades. Y quiere que todo el mundo sea tan feliz como es ella. Es la buena comida, el buen vino, la mesa llena de amigos que conversan y ríen. Italia intenta ser la utopía que Huxley nunca acertó a describir.  Italia es, pese a todo, la vida.

Y el capitán Schettino, como todos los italianos, acumula vicios y virtudes indisolubles a su nacionalidad. Cierto es que huyó y vio desde la orilla, habano en mano y con expresión relajada, como se hundía el barco que momentos antes estaba bajo su dominio. Y también que engañó a su superior, inventándose una historia estrambótica para justificar lo que en aquel momento ya era de todo menos justificable. Sin embargo… ¿podemos asegurar que Schettino es una mala persona? ¿Qué no está arrepentido? ¿No es su caso, llevado al extremo, el mismo que se vive en Italia a diario? Son las víctimas las que provocan que la sonrisa benévola de Schettino no tenga el perdón que si se le consiente a la funcionaria despistada que nos ha hecho pedir fiesta en el trabajo para nada, o la del conductor de autobús que te saluda unos metros más allá, mientras conversa tomando un café, pese a que el retraso que acumula su turno ya supera los diez minutos.

Che confusione sarà perché ti amo è un’emozione che cresce piano piano

La Italia de Monti no es Italia. Es una nación falsa, impostada, maquillada. Porque Italia no es un país de tecnócratas, ni cree en el orden ni en la seriedad. La verdadera Italia, la que se cuece día a día a fuego lento, la que logrará a su manera salir de la crisis, es la de Schettino, la de Berlusconi, la de los tifosi con tatuajes de su equipo favorito en el brazo. La Italia real es divertida y desordenada, caóticamente maravillosa. Y los italianos no quieren parecerse a Monti. Tampoco al capitán. Pero aunque les pese, aunque les cueste reconocerlo, aunque jamás lo admitirán, lo cierto es que todos, en el fondo, tienen más en común con Schettino de lo que a priori aparentan.

Withor