Íbamos a dedicar este espacio a un debate a tres bandas entre transubstanciación, consubstanciación y unión sacramental, pero al final lo hemos resuelto a hostias. Así que nada, tres canciones.

La elección de V the Wanderer

PET SHOP BOYS – IT’S A SIN

Tenían los Pet Shop Boys un aura de misterio, de prestigio o hasta de arte abstracto que me inspiraba un sentido respeto. Yo sumaba diez años (para once) y veía su ‘Go West’, tan futurista y seriote, como un aviso de la música que me esperaba ahí fuera; a mí, que como mucho atesoraba con timidez algún cassette de Tennessee. Paseaba por la sección de cintas del Pryca y los ojos se me iban al ‘Game Mix’ de los 40 y al ‘Very’ de estos dos maromos: desconcierto, perplejidad y hasta fascinación infantil.

Luego me di cuenta de que eran cosa cargante y hortera, sí, pero la reverencia ante algunos de sus hits ya había quedado grabada en los insondables misterios de mi psique. Así que casi dos décadas después me enchufo ‘Bronson’ y saltan las alarmas: en un momento (¿spoiler?) el protagonista queda atrapado en la fiesta más perturbadora que uno recuerda, y es a ritmo de esta ominosa, discotequera y acaso decadente ‘It’s a sin’. Algo en mí se despierta y ya me tienen enganchado a la tonada, que me resulta animosa pero oscura, enérgica pero atormentada. Y hortera, claro.

(‘Game Mix’, a todo esto, resultó ser un discazo techno que vamos a tener que recuperar.)

La elección de Raúl

SECOND – ALGO

Hay músicas que llegan, te marcan y luego se van para siempre, y después, le gobierna a uno la pereza para regresar a ellas. Una mañana de viernes de hará unos tres años estaba yo escuchando en mi PC el Ziggy Stardust de Bowie, en mi casa y probablemente en calzoncillos, y, de repente, sobrevino el silencio, un olor a chamuscado y hasta un humillo saliendo por el ordenador. Aquello reventó, y con la placa base hecha mistos y los megas de memoria a la parrilla, se fueron también la tela de gigas y la tela de música. Que dé un paso al frente a quien una subida de tensión o cualquier travesura eléctrico-informática no le haya arramblado con buena parte de su discoteca en mp3, algo que es un poco pesadilla, al menos para mí, que aún valoro lo físico (ni que sea en carpetas digitales) y la posesión.

Además de Bowie, perdí algunos discos que me gustaban de Second, una banda murciana, primero muy indie y luego de más alcance, vía festivales, que hacía álbumes bilingües y que acabó incluso grabando el himno del Real Murcia. Los emparento, no sé por qué, con los desconocidísimos Bloomington, un grupo de Cáceres cuyo disco tampoco resistió el festivalón que se dieron aquel día mis amperios. Cuando pasa esto, siempre sucede un periodo de intentar restituir el material, pero nunca se culmina, claro.

He recuperado esta semana ‘Algo’, que empieza acústica y tranqui, casi balada, pero que da el estirón y acaba explotando en cancionaca con feeling, con gancho. Sirva, si acaso, como homenaje a todos esos discos duros que algún día ardieron o, simplemente, se escacharraron, se infartaron sin venir al caso (no somos nadie). A veces pienso que tanta música extraviada habita por ahí, sostenida en una suerte de limbo, o de cementerio de los gigas perdidos. Ahí, y en Spotify, seguramente.

La elección de Withor

JOHNNY CASH – I HUNG MY HEAD

La situación era orgásmica. Aunque parecía que jamás se harían daño entre ellos, que realmente eran un equipo, que se querían como hermanos, uno de ellos lo acabó matando. Apretando los puños como si mi vida fuera en ello, contemplé estupefacto como las cosas se habían distorsionado tanto que los pactos de sangre, los juramentos bajo la luz de la luna, habían perdido todo su valor. El in crescendo era continuo. Y llego a su punto álgido cuando, al comienzo del siguiente capítulo (sí señores, estoy hablando de una serie, qué bajón, ¿verdad?) iban a visitar la tumba del que había sido su compañero, su amigo, por caminos diferentes. Y de fondo, el gran Johnny Cash añadiéndole majestuosidad a la escena, dándole ese punto de tristeza, de dolor, que siempre evoca su voz, ya cansada.

La mitificación de la canción fue instantánea. Durante los días siguientes, no dejó de sonar, mientras yo rememoraba la escena, que no podía estar más en consonancia con el significado de la letra. «Nunca», pensé, «una canción, un sentimiento, había estado tan bien ligado con otra obra ajena de una manera tan fuerte».  Éxtasis. Hasta esta mañana, cuando me he dado cuenta de que soy gilipollas. La letra no es de Johnny Cash, sino del puto Sting. Sí, el aguijón, el rubio cara-andrógino, el pesado de Police, el que folla ocho horas sin sacarla. Ese imbécil. Y la letra que tanto me había llegado, no explica un asesinato real… es una situación imaginada por Sting de niño cuando veía películas del Oeste por la televisión.

Gatillazo.

Nunca cagarse en Dios había estado tan justificado.