Siguiendo una estricta lógica popperiana, ofrecemos aquí tres postulados recomendacionales que incluyen las claves para una lectura falsacionista. Nuestra hipótesis es que éstos son tres temazos buenos, pero estamos abiertos a escuchar sus refutaciones. Así de sólida es nuestra postura epistemológica, troncos.

La elección de Raúl

VILMA Y LOS SEÑORES – A LA DERIVA

No se espanten por el nombre, que no son aquellos insufribles de Vilma, ábreme la puerta; es algo más adulto y sofisticado, una banda madrileña delicada, que va de la ranchera, del cabaret al polvo del desierto, del México tequilero al pop orfebre. La tipa, Vilma, una delgadísima mujer con fibromialgia (la dolencia y sus días infinitos e insoportables se cuelan en algunas letras), profesora de lengua y de yoga, se pone a cantar a los 40. ‘Los señores’ que la custodian y la arropan son Ricardo Moreno (batería de Los Ronaldos) a la percusión (y tocando cosas como la marimba) y David Gwynn, un bluesman californiano exquisito y sutil a la guitarra; ambos, guardaespaldas veteranos (ella, letrista y compositora, es la debutante) curtidos en un sinfín de escenarios y proyectos.

Escucho bastante el primer disco de este trío, que se llamó ‘Turbulencias’, y que tiene esas canciones secas y austeras que duelen, pero bien, unas letras dolientes, de escozor con placer, pero sin regocijarse, dramáticas pero con un punto de despreocupación que les hace insólitos, únicos, acaso sólo disfrutables cuando se cumple cierta edad, cuando uno, por ejemplo, ya gira la curva y ve al fondo la treintena.

Una vez tocaron en Tarragona, en la Sala Trono, pero me los perdí, así que no hay anécdota, pero me gustaría decir que es un grupo para escuchar sentado, con pocos vatios, para adornar el vértigo de la madurez con músicas reposadas y pequeñas. Como falta la historia personal con chicha, apelo a la coctelera de ingredientes añejos: garganta de lija, amargura, debilidad, humor negro, perplejidad y la postración ante lo inevitable. La cosa, en fin, es que me molan, por raros, y bastante.

La elección de V the Wanderer

JAY-Z ft. DA RANJAHZ – IF I SHOULD DIE

Me gustan los géneros autosuficientes, encerrados en sus propias referencias y códigos como si no hubiera nada más allá. ¿Para qué necesita un heavy saber de canción ligera? ¿Para qué va a poner un indie los 40? ¿Qué hace un rockero con una balada pop? ¿Un perroflauta escuchando electrónica? No, padre, no les venda motos: ellos son dueños de lo auténtico. De entre todos estos universos cerrados, el más estanco y entrañable es el del hip-hop. Tipos malotes balaseándose con la banda rival antes de la merienda, bros paseando en coches tuneados por Pimp My Ride, la perra vida abriéndose paso y haciendo callo en el barrio. Ay.

Ese submundo no necesita apenas parodia. Ali G llamando «ghe’o» a su acomodado suburbio británico no es más risible que el Tito MC afirmando ser «el que te focka» y el amo de «Sevillasity». O que el mismo Jay-Z jaleando a su tropa con el apelativo «my niggas» (Adrián y yo, confieso, somos muy fans y lo usamos entre nosotros), exhortándoles a no llorar cuando caiga en muy épica y epifánica muerte, a que lo celebren lanzando balas al cielo y recuerden que tuvo buena vida: una vez hasta se lo montó con dos lesbianas.

Por eso, ‘If I should die’ es la canción cumbre del hip-hop «from da hood», de los niggas (blancos o negros, bro) buscándose la vida entre uzis y cadenas de oro, del éxito a lomos de un Hummer, del namedropping de otros raperos como si fuera la lista de la compra. La cristalización perfecta, la destilación de estilemas que hace banal cualquier autoparodia. Por eso, tal vez, me la enchufo de vez en cuando. Y la disfruto. My niggas.

La elección de Withor

MINITEL ROSE – ELEVATOR

Yo, hace unos cuantos años, era un putu crack en esto del Pro Evolution Soccer. Más allá de la victoria, que siempre caía de mi lado fuese quien fuese el rival, lo importante era el estilo. Avasallaba, humillaba a mis rivales, no les dejaba ni pensar. Cuando apenas había empezado el partido, ya les había clavado dos. Cada ataque era sinónimo de gol. Cada intento de regate por mi parte, un éxito seguro. Aquellos valientes que osaban enfrentarse a mí, sabían que las lágrimas acabarían apareciendo por sus mejillas, más temprano que tarde.

Eran los buenos tiempos. Porque ahora… ahora me he convertido en un jugador vulgar. Previsible hasta la médula, sin imaginación; aquellos espectaculares regates ya no me salen nunca, y los pases al hueco, que antes eran milimétricos, acaban nueve de cada diez veces en las manos del portero. Me he vuelto un miembro más de la ‘masa’. Aquellos que antes me temían no me tienen ningún respeto.

Suerte, señores míos, que el que tuvo retuvo, y siempre aparecerá un Drogba de 36 años clavando un gol por la escuadra en el último minuto, aprovechando que el rival estaba despistado, intentando recordar el nombre de las canciones molonas de Minitel Rose. Suerte, pues, que todavía existen los momentos en los que puedo sentir que soy el mejor.