En La Inercia, ya se lo hemos dicho alguna vez, nos regimos por un calendario propio basado en las giras de Raphael y que arranca con el encuentro entre Robert Johnson y el diablo. Por eso nos importan bien poco las predicciones de los mayas, los celtas, los testigos de Jehová, las tribus nómadas de la estepa siberiana o Josmar Flores. Nuestras creencias nos prohíben celebrar el apocalipsis hoy, disculpen. Sí tememos, ojo, la segunda venida de Scatman John, que es cosa seria y está en las escrituras.

La elección de Raúl

CLOVIS – MUNDO

El bajista Fino Oyonarte cambió Malasaña por la Gran Manzana y a una panda de rockeros melenudos y disolutos, Los Enemigos, por la sedosa voz de Cristina Plaza, cantante, actriz (musa del llamado cine bakala) y fanzinera. Formó en Nueva York Clovis, un dúo nacido en una librería, en uno de los meollos artísticos neoyorquinos, recogiendo parte de esa vanguardia pero sonando al mejor pop alternativo hecho en castellano, y sin renunciar a las guitarras. Todo ello, entre galerías de arte de Brooklyn, en plena ebullición artística, juntándose con gente de Nada Surf, aunque sin prisas, casi como yo los he consumido.

Aunque les entrevisté, no los escuché en su momento, quizás porque el bombardeo de nuevas propuestas siempre me saturó o porque me parece sano eso de dejar reposar un tiempo la novedad (aquí, ya saben, somos un poco exagerados). Lo hago ahora, cuando Clovis parecen aparcados, u olvidados, o disueltos, que viene a ser lo mismo, bajo la sombra de nuevos proyectos y obligadas regeneraciones. A mí esta canción me parece un apetecible pelotazo ‘indie’, con esa brumilla nostálgica, la dulzura melódica y el pulso guitarrero (esa emoción que surge del desencanto pero acaba siendo reconfortante). Muy rico, quizás por esa combinación entre el estruendo y la rudeza guitarrera y el intimismo cándido, el choque entre lo que siempre fue una extraña pareja, ya rota al menos en lo musical. Tres años, o cuatro,  o cinco después, aquí llega la recomendación de La inercia, siempre al quite, al pie de la noticia.

La elección de V the Wanderer

DANNY WILSON – MARY’S PRAYER

Me parecía este tema la hostia de romántico y me lo ponía en bucle para melancolizarme, pese a que sonaba con alegría en una comedia famosa por hacer gags con lefazos. Creo que fue el culpable de que comprara la banda sonora de ‘There’s something about Mary’, como ya les había contado, y lo alternaba por las noches (debía de tener unos quince o dieciséis) con la novena de Beethoven en un aparatoso radiocedé que vivía junto a mi cama. No echo de menos la época (soy poco de nostalgias concretas) pero sí el mundo de añoranzas y amores imposibles, rotos, al que me transportaba. Un mundo parecido al que creaba en mi mente ‘More than this’. Debía de ser cosa de ese vetusto horterismo de sintetizador y cantantes suaves de los 80, que aún no se habían ido lo suficiente para volver.

Viajaba a ese mundo sin conocerlo, sentía sobre mí todas las pérdidas y las soledades posibles sin haberlas vivido aún. Eran una silueta en el horizonte; ni siquiera una amenaza, sólo un aviso de encuentros futuros. Ahora escucho menos a Wilson o a Roxy Music y, en cierto sentido, estoy ya del otro lado, con pérdidas y desamores reales a mis espaldas. No viejo (¡ayer me echaron 24!) pero sí rodado. Combino el gusto por lo punk y el sadomusiquismo con otras bombas de añoranza más agrias e hirientes (Damien Rice, Glen Hansard, Nacho Vegas) y me creo un tipo duro, pero de repente salta en el reproductor esta tonada olvidada y me reblandezco, me pongo tierno y empiezo a desear nuevos fracasos sentimentales que recordar brindando, soltando frases como «if you ever find somebody, think of me and celebrate». Y entonces, no lo digan en alto, echo mano a mi cartera y compruebo que sigue ahí mi carnet del Club de los Últimos Románticos.

La elección de Withor

ELVIS COSTELLO – WAITING FOR THE END OF THE WORLD

La primera vez que alguien me contó que el mundo se iba a acabar me lo creí. Y me acojoné vivo. Yo tenía 10 o 11 años, y ya he olvidado que conjunción astral se iba a producir o a que texto de Nostradamus se hacía referencia para afirmar con tanto convencimiento una proclamación tan seria.

Coincidió tan señalada fecha con un día gris, casi negro, con amenaza continua de tormenta. El tétrico escenario añadió verosimilitud a la profecía. Hasta que no fueron las 00:01 h del día siguiente, reconozco que no pude dormir tranquilo.

Desde entonces, ya he vivido 6 o 7 predicciones de apocalipsis más y la cosa ya ha perdido gracia. A los agoreros les pasa como a los músicos que se empeñan en sacar un disco cada año: por bueno que sea el material, se acaban repitiendo. Mejor un disco cada tres años y que sea bueno. Mejor un fin del mundo cada diez años, y que tenga un poco más de credibilidad.

Y es que sino al final perderemos el indiscutible encanto que tiene que, cada x años, aparezca algún amigo y te suelte: “¿Pero no te has enterado de que el mundo se acaba?”. Como he leído por ahí, todo parece indicar que el planeta no se acabará más de lo que se está acabando.