Una de las ventajas de escribir en este Milagro de la Comunicación es que podemos elegir cuándo y sobre qué hacerlo y librarnos, así, de tocar aquellos pantanales de la queja y el bufido en los que se meten los críticos serios. Pero nuestras reglas están hechas para romperlas (por espíritu punk o puro descuido) y hoy, en nuestra ilustrísima edición número 200, les vamos a hablar de aquellos temas que aborrecemos de artistas que aplaudimos. Las canciones que no de los músicos que sí. La Inercia, por una semana, se pone gruñona. Vayan allá nuestras tres anti-recomendaciones.

La elección de V

SERRAT Y SABINA – CANCIÓN DE NAVIDAD

Tampoco sé si esto será iconoclastia rebelde o hacer leña del árbol caído. Tal vez digan que me cargo mitos o señalen, aburridos, que sólo sigo la corriente. ¿Cómo anda el estatus de estos dos pájaros? ¿Qué dice de ellos la opinión pública, el consenso general? ¿Siguen siendo titanes o nos tienen fritos? En cualquier caso, y cualesquiera sean los precedentes, quede aquí patente mi hastío respecto a ‘La orquesta del Titanic’, segundo trabajo conjunto de estos dos apellidos propios de la música. En concreto, y para afinar el tiro, por su fallidísimo intento de hincarle el diente al villancico, que también es música.

Que Sabina hace años que anda a medio gas es algo incuestionable. Exactamente, desde que le sobrevino el cargo ilustre de Poeta, medalla que le excusa de componer y elegir unos arreglos con gracia para sus (cada vez más incómodos) ripios y juegos de palabra sin sentido. Serrat va más a lo suyo, más anclado en las rentas de haber nacido en el Mediterráneo y disfrutando mejor de unas merecidas ganancias. La unión de ambos cayó con gracia en el primer asalto, ese ‘Dos pájaros de un tiro’ que tenía mucho de fiesta íntima entre amigos, de complicidad y comunión con un público que les había acompañado mucho, tal vez demasiado. Yo estuve allí, entre las filas que llenaban un descampado perdido de Tarragona, celebrando sus juegos y ocurrencias, y créanme que fue una cosa especial.

Aplaudo que sigan creando aún cuando el resultado es puro bostezo pero la ovación se me corta con intentos de canallismo zafio (el de Linares otra vez con palabras como «marrón»), de subversión ácida (¡cuidado, que atacan a la impostura navideña!) o de ingenio semántico (que me expliquen qué es un «hígado chumbo» y por qué hace gracia). Cantarle a la navidad ya es apuntar bajo (salvo que sean ustedes el Rat Pack, Boney M. José Alfredo Jiménez o el monumental Raphael) pero uno espera algo más que imitarse a sí mismo con desgana, como si se estuviera haciendo música desde el sofá con sopita, manta y película de mediodía.

La elección de Withor

NACHO VEGAS – DOS BANDOS

El final del libro ‘Cuatro amigos’, de David Trueba, es un canto al optimismo. Su protagonista, Solo, recuerda uno de los múltiples consejos que le dio su padre: “Fracasa cuanto antes, porque así tendrás más tiempo para rehacer tu vida”. No sabemos si Solo, a sus 27 años y con la pierna rota (así como el corazón), fue capaz de levantarse.  Ya veremos que sucede con Nacho Vegas.

Porque el gijonés, como Solo en la boda de Bárbara, ha tocado fondo. Cerca de entrar en la crisis de los 40, Vegas nos regaló la que será, para siempre, la peor canción de su repertorio. Los lectores fieles sabrán que mi relación con el cantautor es de amor-odio desde hace unos años. Pero una cosa es que sus canciones ya no me gusten como antes y otra que haya sido capaz de parir un enorme engendro como es ‘Dos bandos’. Acostumbrado a la épica, la sensibilidad y el buen gusto de Vegas, ‘Dos bandos’ es una patada en la entrepierna.

Dentro de este aborto musical, hay tres detalles me molestan especialmente. En primer lugar, el inicio y el final de la canción, con coros y palmas que encajarían perfectamente en un musical de UPA Dance. Por otra parte, la voz de Vegas. Él nunca ha sido Pavarotti, pero de ahí a grabar como si estuviera recién levantado de una siesta después de fumarse dos paquetes de Ducados… Y finalmente, me indigna que un compositor como Vegas, capaz de parir textos complejos y bellísimos a la vez, haya cogido una idea simplona, no la haya desarrollado mínimamente y meta el conflicto de Israel y Palestina para hacerse el interesante. Así no, Vegas. Así no.

Nacho Vegas tiene 39 años y ya ha tocado fondo. Ha cumplido la primera mitad del consejo del padre de Solo. Esperemos que pronto también lo haga con la segunda.

La elección de Raúl

ANDRÉS CALAMARO – PUNTO ARGENTINO

Calamaro tiene discos excelentes, buenos, malos y regulares. Ahora que flipo con las buenas críticas de la prensa al último (una cosa pop correcta, fría y banal), vengo a envilecerme recordando su álbum más infame y aburrido, un pastelón de letras sonrojantes y orquestación blanda, de canción ligera. Mencionen ‘El palacio de las flores’ (2006), me pondré de muy mala leche y entenderé a Alejandro Sanz borrando de su discografía oficial los trabajos como Alejandro Magno. Aquí el pecado de Calamaro fue juntarse con un tal Lito Nebbia, mito en Argentina en tanto que ‘padre’ de aquel rock patrio, que sin embargo aquí, como productor, le da a todo el disco unos aires de cumbia, de folclore sudamericano y, en esencia, de insoportable conservadurismo.

Dirán que lo mío con Calamaro es personal: vale, tiquismiqueo mucho, me mosquea tanto altibajo y el apoltronamiento; tampoco soy purista y le digo que sólo haga rock; de hecho, en la última década aún encontramos destellos, pinceladas y talento. Hay un consenso bastante general que dice que nos vamos a pasar los próximos 30 años comparándolo todo con ‘Alta suciedad’ y ‘Honestidad brutal’. Asumido eso, con su parte de injusticia, lo del disco que nos ocupa hoy es indigno e inaceptable.

No sabía ni qué tema elegir dentro de un repertorio de apariencia viejuna. Éste habla de la argentinidad desde un punto de vista desencantado, una cuestión facilona, manida en la carrera de Calamaro. La letra, como en cualquier manifestación patriótica, tiene una poesía rancia, anquilosada. Aquí los dos primeros versos: «No hay peor argentino que su propio asesino. No hay argentino mejor si no hay otro peor». Y otros dos: «En la Capital combatiendo el capital. El orgullo nacional es ganar un Mundial en la Monumental». No sé, un himno fallido, sin carisma y pequeño, que nunca tuvo la intención de enardecer al pueblo en los estadios.

Después está esa música criolla igualmente insulsa, con guitarrillas flamencas y palmas. Al final, damos vueltas y volvemos a lo de siempre, al axioma que rige nuestras vidas, a esa verdad también aplicable aquí: a este disco le sobra Cono Sur.