Cincuenta años ajeno a modas (salvo el horrible mullet que lució a finales de los 80), cincuenta años desborbando energías sobrehumanas y centenas de temorros, de colaboraciones, de intercambios con otros grandes. A Raphael pueden escucharlo en vivo, en dueto con Nino Bravo (magnífica ‘Vete’), a pachas con el espíritu de Gardel canalizado por una radio, versionando a Bunbury o metiéndola mano a Frankie Valli junto a Alaska. Si no saben por dónde empezar, péguense a estas tres canciones.

La elección de V the Wanderer

RAPHAEL – HABLEMOS DEL AMOR

Leo al genial filósofo y divulgador Mark Rowlands sobre la modernidad y la desquebrajada visión del mundo que ésta ha construido. Nos ha atrapado la incompatibilidad entre individualismo, relativismo, voluntarismo e instrumentalismo: somos islas condenadas a una autorrealización casi mítica, utilizando a los demás como medios para alcanzarla. Nunca habíamos estado tan condenados a ser libres.

No es de extrañar, entonces, que el Amor se haya descolgado tanto en estos tiempos postmodernos. Baz Luhrmann casi se disculpaba al presentar ‘Moulin Rouge’ por ser romántica e idealista. ¿Y para qué leches tenemos el arte? ¿Quién nos va a condensar la pasión, el delirio, la lujuria emocional, en noventa (o en cuatro) minutos? ¿Por qué avergonzarse de nuestra capacidad de sentir?

Por eso necesitamos a un tipo como Raphael y temones como ‘Hablemos del amor’. No podrían acusarme de estar chapado a la antigua, pero miren, la modernidad tiene un problema: las relaciones humanas (de amor, de amistad o de todo lo contrario) no funcionan así. Todos nos marcamos, nos dejamos huella, nos modificamos. Nosequién decía que somos la suma de las cinco personas que más frecuentamos. O como afirmaba el poeta John Donne: «no man is an island».

¡Y qué si la realidad es luego más dura! ¡Y qué si algunos nos tachan de naïf! ¡Hágase el himno para los Últimos Románticos! ¡Dejémonos llevar por el crescendo y el alto voltaje final! ¡Dejémonos llevar por esa liriquísima orquestación y el timbre y la potencia del Niño! ¡Que le den al cinismo, y hablemos del Amor!

La elección de Withor

RAPHAEL – DIGAN LO QUE DIGAN

Mencionaba Víctor en su apasionada crónica sobre el concierto de Raphael, que debido a nuestra inusitada reacción de veneración hacia el jienense, seremos vetados de por vida en los mundillos indies y rockeros, que en parte habían sido hasta ahora nuestras confortables moradas.

Yo iría incluso un poco más lejos. No me cuesta imaginarme a mi mismo, acompañado de mis fieles camaradas, de aquí a diez o quince años, pagando -esta vez sí- 80 euros para volver a ver a Raphael, previo paso por una floristeria. Y en el concierto, cuando la pasión nos vuelva a desbordar, nos levantaremos y pondremos nuestros ramos en el escenario, estableciendo contacto visual con ‘el niño’, quedando el momento grabado como el mejor de nuestras vidas.

Y eso que unas horas antes del concierto que desencadenó todo, un servidor apenas conocía tres o cuatro canciones del genio. Una de ellas, ‘Digan lo que digan’, aunque lo cierto es que la que yo escuchaba -y cantaba- era la versión de Corcobado. Se trata de una ‘rara avis’ en el cancionero de Rapahel -por lo que pude comprobar en el concierto- ya que el tema central no es el amor, la pasión, los besos que no se olvidan o los que no volverán jamás. Más bien, es un alegato que sigue las tesis socratianas y rousseaunianas, ya saben, el hombre es bueno por naturaleza, el mundo es un lugar maravilloso, haz el amor y no la guerra. Un mundo perfecto, para unas canciones perfectas. O, lo que es lo mismo, una canción para justificar la existencia del resto de composiciones de nuestro amigo Raphael.

La elección de Raúl

RAPHAEL – MI GRAN NOCHE

Algunas noches veo Punto Pelota. Sí. Es como un APM ya hecho, un Smackdown de debate futbolístico amarilloide, una sitcom, un programa de humor como cualquier otro, en una cadena cómica como Intereconomía, una Paramount Comedy virando y derrapando en la extrema derecha. Ahí, en una de esas maratones de día y pico de previa para un Barça-Madrid, redescubrí esta canción que ya de chinorris se me alojó en alguna bocacalle de la corteza cerebral. Todos los tertulianos, grotescos y paródicos, se ponían a cantar, formando un corrillo que bien hubiera podido ser etílico, a las tres de la mañana en El Jardín de las Delicias. Me río y pienso, fusilando a Aquarius: ‘El ser humano es maravilloso’.

Era la caverna, la central lechera, un desastre de programa que lo peta, un puro circo de ‘entertaintment’, en este caso, por Raphael y esta vitalista declaración de intenciones. El tema, de 1969, lo cantó primero en italiano Adamo y luego el niño de Linares lo adaptó con esta letra luminosa a rabiar, una de las más optimistas que conozco, casi un manual de autoayuda. Ideal para acicalarse en el lavabo, para maquearse, para mirarse al espejo y gustarse (como se gusta muchisísímo el folclórico ‘Rapha’) para trazar estrategias, para venirse arriba, para enfundarse un chaqué, para colgarse la americana por encima del hombro o para empitonar al público en el arranque de un concierto. Cayó la segunda, claro, y el ciclón de Jaén casi descose las costuras de las carpas del Camp de Mart. Casi despierta a los romanos.

‘Mi gran noche’ recrea esa magia previa, ese ímpetu de comerse el mundo, ese saberse imparable. Lo que no cuenta esta canción epicúrea es que la expectativa casi nunca se cumple. Que la noche ideal de amor y misterio, de reír y cantar y bailar, puede volverse madrugada árida. Y, ¡oh lazarillo!, vuelves borracho y hecho polvo. Más te valdría, gambitero, haberte quedado en casa viendo Punto Pelota.