El encanto de un mundo desencantado, decía George Ritzer, está en la construcción, la arquitectura oculta, el making of de un espectáculo al que estamos insensibilizados. Ahí están los grupos novatos que lo petan en MySpace (antes) o YouTube (ahora), los diseñadores de videojuegos de garaje (cuatro amigos en ratos libres) o los directores de cortos hechos con 100 dólares y una cámara de fotos. Quién la tiene más pequeña y mea más lejos, sin importar la calidad de la meada. A mí, que relativizo mucho todo esto, hay un caso que sí me fascina: la banda sonora de Super Mario Bros.

Empecemos con la exhibición de dificultades: cuatro canales de audio (que daban para base, percusión, armonía y melodía, todo con pitidos monofónicos que rozaban, en bruto, lo inaudible) y una memoria tan ajustada que cada byte contaba (había que racionar las notas y confiar en la eficacia del loop ad nauseam): esas eran las herramientas que la NES ofrecía al jovencito Koji Kondo, compositor de formación clásica. Lo imagino soñando con trombones, tubas y secciones de cuerda y luego apuntando: bip en do mayor.

La música hay que escucharla en cartucho.

Con tan pobres mimbres Kondo tejió un score que compenetraba y elevaba el material original, una música que funciona de perlas en el juego y que la cultura popular asimiló de inmediato. Como paquete, esta banda sonora no podría ser más breve: cuatro temas de unos 40 segundos, diseñados para actuar en bucle, y unos siete jingles puntuales (pantalla completada, muerte, game over, castillo superado…). Y aún así consigue todo lo que se propone: es pegadiza y memorable, tiene personalidad, no se hace repetitiva, marca el ritmo de juego y su tema principal suena a himno.

La nostalgia y el filtro del tiempo, que sólo deja sobrevivir a las grandes obras, pueden hacernos olvidar algo muy importante: en muchas ocasiones, la música de los juegos antiguos era insoportable. ¿Cuántas veces habremos bajado el volumen del televisor para huir de estridencias y cacofonías? Ciclos interminables de pitidos repetidos cada treinta segundos: suena a tortura de Guantánamo. Sí, la escasez obligaba a los grandes compositores a buscar melodías agradables y perfeccionadas, pero es que no todos los compositores de videojuegos antiguos eran grandes.

El éxito de Kondo está en superar todos los obstáculos de producción, evitar las trampas del hastío y la simplicidad y, ante todo, crear temas que funcionan por sí solos, fuera del asombro por los medios. Los temas de Super Mario Bros. cautivan al piano, respaldados por toda una orquesta, en technísimo remix o, incluso, en curiosas armonías vocales a capella. Ustedes eligen.

En estos tres minutos (algo menos descontando los jingles) se registra una variedad sorprendente. Ahí está el sinfónico vals de los mundos submarinos, la jazzera y minimalista línea de bajo de las cuevas o el frenético acompañamiento de los castillos. Y, claro, el sincopado y alegre tema principal, donde Kondo se recrea en su afición por los ritmos latinos. No son pocos registros para menos de 180 segundos.

Los que hemos seguido, directa o indirectamente, la carrera de Kondo, hemos asistido a una exploración de ritmos, estilos e instrumentaciones extensísima. La épica cinematográfica de sus composiciones para los Zelda o Starfox le ganó el sobrenombre del «John Williams japonés», los ritmos españoles estallaron en temas como el ‘Gerudo Valley‘ para Ocarina of Time y la llegada de chips de sonido competentes le permitió, al fin, trabajar con esa orquesta que siempre había sonado en su cabeza. Kondo, una vez liberado de las limitaciones de la tecnología, es aún más brillante. Ahí están los scores de los dos Super Mario Galaxy como muestra.

La extensa producción de Kondo es un baobab musical que creció de una pequeña semilla de tres minutos, capada por todas partes, y que ahora cumple veinticinco años. Veinticinco años de un juego que cambió la industria y de una banda sonora que no fue menos revolucionaria. Tres minutos de música, veinticinco años en la playlist de la cultura popular. Felicidades, maestro Kondo.

V the Wanderer

P.S.: Ahí va un dato curioso: ¿saben qué efecto físico introdujo el Super Mario Bros. original en los videojuegos y supuso toda una revolución? Efectivamente, ¡la inercia!