Esto es la periferia de la periferia. Atardece, hace frío. Desde Torreforta llego caminando y salvando autovías hasta La Floresta, callejeo y dos llamadas después por fin me encuentro con Miguel Zanón a las afueras de su estudio, emplazado en un bloque gris y funcional, con varias cocheras, junto al campo de fútbol. De fondo, las luminarias de Bauhaus y demás fastuosos centros comerciales.

Recuerdo la frase: “Hay vida más allá del Passeig de Gràcia”. Se la escuché hace un año a Nando Caballero, socio de Zanón en la fundación de La produktiva, este sello discográfico modesto e ilusionante, con un pie en Sabadell y otro en Tarragona, que reivindica el extrarradio más como actitud que como espacio geográfico. El estudio de Zanón se llama la Cocina de Zarppa, algo así como su álter ego. Accedemos a él escuchando redobles de batería de los garitos de al lado. Grupos de la zona despachan ahí sus ensayos. Tocan, prueban, experimentan y dan el visto bueno.

La Cocina es pequeña, cálida, acogedora. No faltan referencias a Hendrix. Tiene algo de búnker pero también de local de ensayo o, simplemente, de despacho donde Miguel se pasa las horas componiendo, grabando, produciendo, ensayando o macerando material propio para su segundo e inminente disco en solitario (bajo la etiqueta de Juan Zarppa). “Esto era lo que tenía en casa, pero me lo acabé trayendo aquí. Los vecinos lo agradecen”, cuenta ahora, sentado en el sillón delante del ordenador. Desde ahí, cuando no tiene que meter alguna guitarra, dirige las producciones. “El último que ha pasado por aquí ha sido El Sobrino del Diablo, que ha hecho un disco de versiones”, explica.

Miguel, probando su Fender en su estudio, La Cocina de Zarppa. Al lado, algunas letras

El rollo yeyé de Los Glosters, el rock de Pinball o los últimos experimentos de Malacabeza son habituales de este estudio, quizá la rama artística de La produktiva, mientras que Nando Caballero, desde Sabadell, hace todo lo demás: desde promoción hasta management. Ha pasado un año desde que Zanón y Caballero decidieran retar a la doble crisis (¿acaso no ha existido siempre la musical?) y fundar esta casa discográfica apostando por el pop-rock de calidad, con mimo, esmero, cuidando el catálogo; era algo que nacía pequeño pero con ganas de colarse en el circuito alternativo.

Es hora de mirar atrás. “Este año ha sido muy bueno. El balance es positivo. Nos hemos dado cuenta de que aún se siguen vendiendo discos, aunque pocos”, cuenta Miguel. La idea era editar tres álbumes al año. Aún no ha acabado éste y las referencias ya rondan las diez, y bien variadas: desde el sorprendente pop surrealista de Gallina (en breve nuevo trabajo), hasta la ópera rock de Presidente, el folk (ukelele incluido) de Steven Munar, la canción de autor de Breis, el rock más clásico del propio Zarppa o el muy recomendable experimento de pop y programaciones a cargo de Nando Caballero en su álbum de debut.

Todo eso, por no hablar de los recientes fichajes de relumbrón. Los valencianos Doctor Divago, unos históricos, han publicado su noveno disco con La produktiva y han debutado Chivo Chivato, la banda de acompañamiento de Lichis en La Cabra Mecánica. “A nivel de medios ha ido todo muy bien, dentro del círculo en el que nos movemos, claro, no podemos aspirar a los 40 Principales. Eso es otro mundo”, dice Miguel. Ruta 66, Rockdelux, Enderrock o Efeeme han reflejado estas producciones. “El techo era un poco llegar a Radio 3 y se ha conseguido”.

Pero no todo ha sido tan rosa. “Las condiciones siguen siendo precarias”, asesta Miguel, y habla de un país de pandereta, donde los músicos, esos que como él agarran furgoneta y ampli y se calzan 500 kilómetros para tocar, son vistos aún como unos titiriteros, donde la música no se valora y donde nos cuesta horrores sacarnos de casa un viernes para ir a descubrir a una banda en una sala. “Y luego Fito mete a 5.000 personas en la plaza de toros”, lamenta.

Nando y Miguel, custodiando al Sobrino del Diablo, resumiendo bien lo que significa La produktiva

Miguel habla con propiedad. Por enésima vez, acaba de recorrerse buena parte del país presentando las canciones de su primer disco, ‘Desatascos y limpiezas’. Lo ha hecho muchas veces, desde que era un adolescente de Torreforta que prefirió una Strato antes que un balón. Empezó a ganarse la vida con la música en el grupo mítico Los Burton (allí compartía escenario, por cierto, con David Sancho, mi primer jefe en la cosa del periodismo) y luego lideró la Juan Zarppa Experience, una aventura bizarra de largo recorrido que mezclaba rock y performance. Miguel (o Zarppa) siempre huyó de localismos y de pataletas institucionales. “No creo que un ayuntamiento tenga que preocuparse de los músicos”, me dijo una vez. “Las salas están. Lo que falta es el público”, me dijo otra.

Y hablamos ahora de la distancia abismal entre el mainstream y el resto. “Hay una Primera División y luego estamos los demás, en Regional”. De su próximo disco. “Está compuesto en trío y tendrá más sonido de banda. No es tan importante el riff como lo que dices”. De lo vibrante que, a sus 37 años, es reencontrar la esencia del rock y del oficio, pese a todo. “Hay gente que estudia música y entra en esos circuitos profesionales donde se pierde la perspectiva y el trabajo se vuelve un poco perverso. Prefiero tener complicidad con un músico, aunque no sea tan bueno. Ese buen rollo se nota después en el directo de una banda”. ¿Un ejemplo? El Sobrino del Diablo, sin ir más lejos.

Hablamos de que desde su Cocina, en los conciertos o tras la mesa cuando ejerce técnico de sonido en festivales hay que bregar duro, pelear a la contra, forcejear con la adversidad en varios frentes. La produktiva, esa locura que cumple un año, va viento en popa, y con orgullo. “Tenemos una filosofía un poco ONG pero creamos inercias de trabajo interesantes. Nos damos el placer de editar discos que nos molan, que nos parecen cojonudos”. Se hace tarde. Suena un ensayo en un local cercano. Mientras tanto, Hendrix se retuerce y nos mira desde el póster en la pared insonorizada.

raúl