Enero es un mal mes para el cine: la cartelera se llena de cebos para los Óscars (Oscar-bait, en inglés), un tipo terrible de películas sin riesgo, honestidad ni entretenimiento. Durante el primer trimestre de cada año este arte al que dedico tantas horas se convierte para mí en pura tristeza y desgana, y procuro no acercarme a las salas no sea que la ruptura se haga oficial. Afortunada coincidencia, pues, que la Cinemateket de Copenhague se decidiera este año a programar la primera edición del Void Film Festival, una selección de películas animadas para adultos variada, valiente y libre. En mi último fin de semana en la ciudad me hice con un bono y me encerré, felicísimo, a ver estas cosas que os cuento abajo.

Cheatin’ (Bill Plympton, 2013)

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Así se hace la declaración de intenciones de un festival de animación para adultos: montando una retrospectiva de Bill Plympton… e invitándole a presentarla. Mi andadura por el Void comenzó con Cheatin’, su obra más reciente, y con un turno de preguntas y respuestas con el autor. La película es una maravilla sin diálogos que reúne lo mejor de Plympton (herencia de los cartoon más esquizofrénicos de Tex Avery, simbolismo y montages conceptuales, perspectivas exageradas, inclinación por lo grotesco, defensa de lo artesanal) y lo reviste de un sorprendente toque tierno. Plympton, por su parte, se reveló como un enamorado del público, volcado en hacer reír y emocionar, y hasta nos acabó regalando postales dedicadas a todos (a mí me dibujó un pez descacharrante).

It’s Such a Beautiful Day (Don Hertzfeldt, 2012)

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Don Hertzfeldt es un genio absoluto, uno de los que están ampliando el cine sin que se le haga demasiado caso. Sus exploraciones de la pantalla como espacio, del movimiento, del montaje y del punto de vista le han llevado a desarrollar unos códigos propios solidísimos que tal vez alcanzan en It’s Such a Beautiful Day su mejor versión. Que el desenfreno formal no engañe: ésta es una peli cálida, muy humana, que captura como pocas la soledad y la fragilidad de una vida común.

World of Tomorrow (Don Hertzfeldt, 2015)

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World of Tomorrow es, con el permiso de Mad Max: Fury Road, la película más importante de 2015. En tan sólo 16 minutos despliega una ciencia-ficción-de-ideas que le permite hacer casi un tratado existencialista, despiezando desde la ignorancia infantil hasta el amor, el fracaso, el trabajo y la pérdida. Es un relato absurdista que va resultando menos absurdo mientras más lo miramos y que entristece tanto como hace reír. Devastador.

On the White Planet (Chang-baek-han eol-gul-deul, Hur Bum-wook, 2014)

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El cine surcoreano lleva años especializándose en una hiperviolencia que asume el homo homini lupus hasta límites preocupantes: de Oldboy I Saw the Devil The Man from Nowhere, su mirada nihilista construye el peor de los mundos posibles. On the White Planet, ganadora del Grand Prix del Holland Animation Film Festival de 2015, usa la animación para ir aún más allá: en un planeta completamente blanco, un chaval con color sufre la persecución, el engaño y los abusos de todo aquel que se cruza en su camino. Su llamativo punto de partida se diluye un poco ante tanta amargura y tanto ensañamiento, y al salir de la sala queda la sensación de haber recibido más de un golpe gratuito, pero el conjunto sigue justificando la entrada.

Adama (Simon Rouby, 2015)

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Cine de aventuras y coming-of-age bastante clásico (con un toque Stevenson o Kipling) pero con relectura postcolonial: Adama, un chaval africano, persigue a su hermano hasta el centro de la 1ª Guerra Mundial para llevarlo de vuelta a casa. La conscripción obligatoria en una guerra ajena (ay, la ejemplar Europa) es un tema suficientemente poderoso como para sostener toda una película, y más si el punto de vista del protagonista (lleno tanto de asombro como de desorientación y rabia) nos libra de condescendencias y sermones. Para redondear, el apartado visual es asombroso: los modelados CGI se hicieron escaneando estatuas de arcilla, las texturas están pintadas a mano y los elementos de fondo se dibujan y animan en 2D, creando un juego de profundidades claro y dramático. Una sorpresa en forma y fondo.

Pos eso (Samuel Ortí «Sam», 2014)

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¿Comedia de terror pasada por la Aardman? ¿Y española? Sí, y además Samuel Ortí, su autor, ya mostró pulso con cortos como The Werepig (O güerepork)Pos eso cumple con esas expectativas a medias (es eficaz, artesanal y voluntariosa), pero a ratos parece más bien una tira cómica de fanzine noventero, llena de parodias obvias a clásicos de terror y chascarrillos sobre la España cañí. Lo que, por otra parte, seguro que no está muy lejos de su intención. Hubiera funcionado mejor después de El día de la bestia; hoy queda como un relato correcto pero anacrónico, falto de varias reescrituras y poco memorable. Es un buen debut y alegra encontrarlo en un festival internacional como éste, pero ojalá sirva como paso hacia una segunda cinta a la altura de su potencial.

The case of Hana & Alice (Hana to Alice Satsujin Jiken, Shunji Iwai, 2015)

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Adoro el costumbrismo japonés por, al menos, tres factores: la calidad de sus luces (cuesta encontrar mejores cielos azules), la atención prestada a los procesos más mundanos y la manera en que dejan respirar los espacios hasta convertirlos en lugares que creemos haber visitado. Esto me convierte en víctima fácil de cualquier película con un mínimo de slice of lifeaunque, como ésta, cambien la animación tradicional por rotoscopia y CGI. Por eso me resulta difícil valorar los méritos fílmicos de The case of Hana & Alice: cintas aparentemente intrascendentes como ésta me sirven de viaje agradable a otras vidas, en compañía de personajes a los que acabo queriendo como a amigos. Aunque ¿no es eso acaso una descripción de buen cine?

Miss Hokusai (Keiichi Hara, 2015)

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A Keiichi Hara lo tengo en la lista importantes desde la entrañable El verano de Coo y, especialmente, desde Colorful. Lo sigo por sus personajes falibles y bondadosos, por su manejo clínico de la familia y sus miserias, por su costumbrismo íntimo y su ghibliesco uso del color. Todo eso está en Miss Hokusai, estudio de personaje de la pintora O-Ei. O-Ei es hija de Hokusai (sí, el artista de la ola y el Fuji) y se la dibuja como un personaje estoico, firme, realista, sin gestos tontos de biopic. La estampa del Japón antiguo recibe un tratamiento similar: se resiste a la idealización sin renunciar a la belleza. Miss Hokusai es una película episódica, a veces demasiado fragmentada, pero que captura de forma conmovedora y melancólica la impermanencia del mundo. Otro punto para Hara.

Little from the Fish Shop (Malá z rybárny, Jan Balej, 2015)

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Si tienes una adaptación en stop-motion de marionetas de La sirenita lo normal es que la vayas a presentar a Copenhagen. Si esa versión pasa en un barrio portuario contaminado y poblado por traficantes de drogas, prostitutas y proxenetas, no te queda otra que llevarla a un festival como el Void. La combinación entre cuento infantil y sordidez me hacía desconfiar (puede dar lugar a Fables o a Angela Carter, sí, aunque también a ejercicios adolescentes ridículos), pero la buena dirección, las estupendas marionetas y la narración en voice over (todos los personajes son mudos, en un giro muy teatral y consciente) me ganaron enseguida. Además la presentó el embajador de la República Checa y nos invitaron a cerveza al salir: pompa, alcohol y circunstancia. Más que memorable.

Belladonna of Sadness (Kanashimi no Beradona, Eiichi Yamamoto, 1973)

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Terminé el Void con una sobredosis para los sentidos que sólo se puede afrontar un sábado por la noche: una restauración en 4K de Belladonna of Sadness, el último trabajo del estudio cinematográfico de Osamu Tezuka, Mushi Production. Dice la leyenda que la Mushi, viendo que la bancarrota era inevitable, decidió irse por la puerta grande y agotar todos los cartuchos de la modernidad: sólo eso explica este cuento medieval sobre la brujería que combina sexo con psicodelia y jazz experimental. Como cruzar Häxan con Yellow Submarine, un manga hentai y Deepthroat, pero más loco: al tercer o cuarto demonio con forma fálica el público estaba abiertamente superado. Los colores lisérgicos, los saltos entre animación e imagen estática y la increíble banda sonora de Masahiko Sato (¿por qué no decirlo? una de las mejores de la historia del cine) la convierten en una de las experiencias más impactantes que uno puede tener en una sala. Para rematar, acaba con un alegato feminista con la excusa de… ¡la Revolución Francesa! ¿Puede el cine soltarse más el pelo?