Tan solo quedan ya unos pocos vestigios que nos hacen recordar su existencia, pero hubo una época ahora ya lejana en la que todos nos sentimos como Isaac Newton cuando la manzana le golpeó en la testa; como Arquímedes, cuando por fin entendió las leyes que provocaban que el nivel del agua subiera cuando él entraba en la bañera; como Thomas Alva Edison, cuando consiguió que la bombilla emitiera luz; como los hermanos Lumiere, cuando lograron horrorizar a un público que ya se había echo a la idea de que iba a morir arrollado por un tren. Como todos ellos, nosotros, durante un tiempo, también nos sentimos poderosos. También hicimos, a nuestra manera, historia. Nosotros también fuimos descubridores.

Cuando me viene un niñato, en plena calle, y me aborda para decirme ‘oye tío, he descubierto este grupo…’ debo hacer de tripas corazón para refrenar mis instintos oscuros y sádicos, que también los tengo. ¿Descubrir? -pienso-. ¿Qué sabrás tú lo que es descubrir? Y es que la nueva generación, ahora que el quilo de nueva generación está tan barato, tiene todas las herramientas imaginables a su alcance para descubrir nueva música. No nos engañemos: lo auténticamente paranormal sería que no lo hicieran.

Sí, me estoy comparando con Isaac Newton. ¿Pasa algo?

En cambio nosotros sí que podemos alzar la cabeza con orgullo y mostrar al mundo, sin miedo a la pedantería, nuestras medallas de descubridor. No deberemos pecar de falsa modestia cuando algún día alguien nos reconozca lo que hicimos y nos definan como pioneros.  Lo hicimos sin listas de recomendados prefabricadas. Sin instrumentos que te permiten escuchar cualquier canción de cualquier disco de cualquier época de cualquier género a golpe de clic prodigioso. Éramos peones, mineros, estábamos pudriéndonos en la trinchera.

Una canción podía significar una hora de espera. Un disco, un día. Una discografía, una semana, o dos. No sabíamos de megas, y ni en nuestros sueños más lúcidos conseguimos imaginar que algún día existiría algo como el Spotify. Nos armábamos de paciencia con la vista cada vez más cansada, posada en la barrita mientras veíamos, como lentamente, mega a mega, se iba completado lo que podía ser -o no- un buen descubrimiento.

Trabajo de laboratorio. Pero que daba resultados. Servidor guarda en su peculiar caja fuerte las dos medallas que puedo lucir con más orgullo: la del Nacho Vegas aún con veintitantos y la del Columpio Asesino prejodorowskianos. Jugué a caballo ganador. No fui el único.

Ahí tenemos a Edgar repitiendo una y otra vez que había descubierto a Ladytron. A Yuri reivindicando a Yuri (y los cosmonautas). A Victor poniéndonos los dientes largos enseñándonos el grupo que había visto en directo unos días antes en Copenhague. Se llamaban Mew. Al otro Victor dando unas lecciones básicas de música eléctronica y pre-perroflautismo. Al Gonzo aún con cierto cariño a las guitarras obligándonos a dar nuestros primeros pasos en el indie, con Niños Mutantes. A Cano intentándolo, sin excesiva suerte. Siempre nos quedará Chasis. A Raúl offline y, por lo tanto, sin participar, pero absorbiendo conocimientos como una esponja. Algunas cosas nunca cambian.

¿Una época maravillosa? ¿Una utopía posthegeliana? ¿Fue todo tan perfecto? Seamos realistas. Quizás en algún momento planteamos los descubrimientos como una competición. Quizás nos sentimos ya no superiores, sino dioses, cuando algo que había surgido de nosotros se propagaba como el viento. Y es probable que todo aquello no sirviera de mucho, puesto que hubiéramos acabando descubriendo la mayoría de grupos por nosotros mismos, casi por inercia. Pero no me quiten la miel de los labios. Déjenme que recuerde con cariño aquella época en la que todos nos sentimos importantes. Déjenme, por enésima vez, sentir una falsa nostalgia por aquellos tiempos que ya no volverán.

Withor