Tres canciones, 248. La elección de V

DAMIEN RICE – ‘THE GREATEST BASTARD’

(Aquí se nos llena mucho la boca con eso de que no hacemos crítica y de que pasamos mil de la actualidad, como si no opináramos a menudo -a veces, hasta argumentándolo- y no corriéramos a por las últimas novedades y trending topics cuando nos pillan de cerca. Pero el caso es que, farsantes o no, nos gusta ir un poco a nuestra bola, huir de urgencias y nostalgias, de modas y movimientos, y comentar y recomendar un poco lo que nos sopla. Todo esto se lo digo casi a modo de disculpas para que ustedes entiendan que esta semana me falte tiempo para traerles, calentico calentico, lo último de Damien Rice. Ya saben lo mucho que lo llevaba esperando.)

Voy a tirar de tópicos, que por una vez son ciertos: cuando el disco anterior de Damien Rice salió a la venta, yo vivía en Roskilde, a media hora de Copenhagen, y escuchaba su primer largo en bucle día y noche. La Inercia aún quedaba lejos (faltaban casi tres años para la primera entrada), el doctorado empezaba a ser una idea en el fondo de mi sesera y algunos de los cuentos que formarían mi primer libro iban tomando forma. Llevaba una ex novia detrás y otras tantas delante. Mi situación, les quiero decir, era muy diferente a la de ahora. Pese a ello, me sucede con este nuevo ‘My favourite faded fantasy’ lo que me sucedió con ‘9’ y antes con ‘O’: habla de, o revela, o se dirige a, algo que (descubro) había llevado siempre dentro sin saberlo.

Supongo que eso es lo que algunos quieren decir cuando afirman que las canciones hablan de ellos, con que pertenecen al que las escucha y no al que las canta, con toda esa suerte de patrañas y delirios de fan totalmente ciertos. Intuyo que Rice, al desnudarse (voy a seguir tirando de tópicos un poco más), al irse a lo extremadamente personal, acaba alcanzando una suerte de frecuencia universal, un hilo emocional que nos une a todos. Algo así como una amalgama de miserias y emociones infantiles mal contenidas, el fondo de microondas del sentimiento.

No todo el disco me lleva a ese viaje, claro. Hay un exceso de dulzura (o de derrota), falta desgarro y todavía no sé si Rick Rubin era el productor idóneo, pero la corriente subterránea, la angustia ante el sollozo incontenible, sigue borboteando en heridas como ‘The box’ o esta ‘The greatest bastard’, clavos en la garganta que me confirman que por mucho que cambiemos todos (Rice, yo, ustedes) esta música tiene sus cimientos en algo inmutable, imperfecto pero bellísimo, que sería injusto tratar de definir aquí mejor de lo que lo hace el propio Damo en sus canciones. Algo que a mí ahora me remite de nuevo a aquel frío danés, a intentar escribir historias sobre mis propias tristezas, a esa cadena de ex novias que ahora quedan todas atrás y a las que parece dirigirse Rice (lo hace, aunque a la suya propia) cantando «we learnt that lovers love to sing and losers love to cling«.