En los siguientes textos, los poetas se presentan escindidos entre el deseo de vivir y el deseo de morir que le reclaman al mismo paso del tiempo. El pretexto subyacente es suficientemente explítico en la segunda estrofa o la tercera, no sé, donde la idea del amor se vuelve meditabunda y abyecta. La composición se dirige a la amada, al delirio no consumado, trasunto o jodida metonimia de las tres canciones, acaso la corriente literaria más influyente del siglo XII entre los culteranos místicos fenomenales.

La elección de V

JULIO DE LA ROSA – EL MILAGRO

Una de las jugadas más efectivas que puede marcarse un relato (y, en especial, un relato breve) es el hueco, el agujero voluntario y bien calculado. Al eliminar una de las piezas que conforman su sentido, por pequeña que sea, su hechizo se multiplica. El lector queda atrapado en ese signo de interrogación en forma de ausencia. No hablo de los rebuscados y facilones puzzles que pueblan la narrativa moderna (¡estaba muerto! ¡se traicionan! ¡el héroe es el malo! ¡giros, giros!) sino del misterio, del vacío, de la fascinación por lo incompleto. Nuestra mente buscará siempre abarcar la totalidad, desgranar todos los mecanismos de lo que vemos y comprender sus patrones; así, lo rellenará de una y mil maneras hasta dibujar la clausura. (¿Qué hizo Ezequiel en ‘Maldición’, de Nacho Vegas, para que todos lo repudien de esa manera?)

Algo así me pasa con esta canción de Julio de la Rosa, tan incompleta, dominada por un hueco tan grande, que acaso ni siquiera sea canción-relato y sólo juegue a serlo. Habla de un pueblo, de una noche (bellísimamente definida por el acordeón) y de una recién llegada que transforma las vidas de sus habitantes. Son unas pocas frases que se encadenan hasta llegar a una sentencia hipnótica, «la luna va en mis manos», que se repite hasta el agotamiento, sin alcanzar nunca una resolución. No cuenta nada explícito pero ahí, intuímos, se esconde una historia importante, algo que tenemos que ordenar y resolver. Y en ese juego nos perdemos, dejando que nos calen esas sensaciones nocturnas, agónicas, tristísimas. El milagro no existe, o no importa: sólo importa el hueco.

La elección de Withor

METALLICA – HERO OF THE DAY

Qué poco podían imaginar los heavys que veneraban los primeros discos de Metallica que su banda fetiche iba a acabar compartiendo estantería de cedeses con Back Street Boys, Justin Timberlake o Beyoncé como vecinos (yo lo he visto y lo puedo demostrar). ¿Quién podía imaginar que esos melenudos que daban guitarrazos sin tregua se iban a hacer un hueco en las minicadenas de millones de féminas adolescentes?

No es la primera vez que menciono este hecho, pero es un tema obsesivo que de tanto en tanto sobrevuela mi cabeza. Ya hace tiempo que lo hemos asumido y nos parece casi normal, y creo que todos deberíamos parar cinco minutos de nuestras vidas y reflexionar sobre ello. Que hablamos de una de las bandas más grandes del heavy cayendo en el mismo hoyo en el que se encuentran grupos de púberes con fecha de caducidad y jamonas bailongas con síndrome de Madonna. A mí me sigue poniendo los pelos de punta.

Viene esto al caso porque el otro día estuve escuchando –con algo de pereza, lo reconozco- el ‘Load’ y el ‘Reload’, los discos poperos de Metallica. Y me hizo gracia reencontrarme con algunas canciones que tenía olvidadísimas como ‘Hero of the day’, ‘The memory remains’ o ‘Until it sleeps’. Buenos temas de pop-rock, alejados de la grandeza de sus composiciones míticas, pero para nada sonrojantes. Quizás en el fondo, detrás de sus largas melenas y su actitud agresiva, Metallica siempre estuvo mucho más cerca de los Beatles que de Megadeth.

La elección de Raúl

GWEN STEFANI – WHAT YOU WAITING FOR?

En una tarde de compras da tiempo a refugiarse en el calor de la confortabilidad navideña y a todo lo contrario: pasear por el centro comercial nuestro espíritu más antisistema, renegar, gruñir, rogar por irnos a un bar, como pedían Astrud. Ahora lo comercial es el odio a la Navidad, pero yo encuentro gusto a meterle algo de candelaria a la tarjeta de crédito, casi como venganza personal y autoafirmación contra los tontos que piden volver al trueque. Tan inmoral desapego a la culpa capitalista tiene un límite, un horario como el de la zona azul, un cupo de tiendas.

Porque a mí, que de inicio no me molesta la parafernalia de luces y derroche, me veo saliendo de El Corte Inglés con unas ganas locas de echarme al monte y ermitañear. La planta cuarta, la tercera o la segunda son sitios con niños y familias donde se ha rendido tributo al inquietante arte de sentar la cabeza, y eso sí que espanta un poco y pide el antídoto de cierto terrorismo intelectual. Buena parte de la penitencia la acarrean las músicas de las tiendas de ropa, ese género para templos de la mercadotecnia donde tan pronto se ve uno con la melodía en la cabeza como hastiado por la cosa del dance más chicle que uno se pueda imaginar.

Algún estudio habrá dictaminado ya que con algún remix en concreto, preferiblemente a alto volumen, compraremos más, pero tampoco nos pongamos antimaterialistas y abandonémonos al gasto, pero con mesura; escuchemos a Gwen Stefani, pero un poco sólo; reivindiquemos la banalidad y lo superficial, pero un rato nada más; pidámosle al Grinch que vuelva la rutina, pero sin demasiado énfasis. Y así pasan estos días, con esa aversión liviana, matizadísima, a ratos inexistente, a la Navidad.