Si nunca has escuchado ‘Sylvia’ de The Antlers (cosa bastante probable teniendo en cuenta la repercusión del grupo en nuestro país), te recomiendo que lo hagas con toda la cautela posible y no te dejes engañar. Y es que forma parte de ese reducido grupo de canciones que en un primer momento parecen ser alegres pero esconden un reverso tenebroso. Blancas por fuera y negras por dentro, de cara afable y alma oscura. A falta de un adjetivo apropiado, las definiremos como «canciones que dan mal rollo aunque no lo parezcan».

Es posible que ‘Sylvia’ te llame la atención por su inconexo inicio. Te preguntarás por el significado de la letra y caerás rendido a algunas de sus enigmáticas frases (‘Sylvia, saca tu cabeza del horno’). Tararearás el estribillo a la primera escucha y adorarás el épico final, trompetas incluidas, que te llevarán al terreno de la emoción. Siendo como es una canción difícil, hay que reconocer que ‘Sylvia’ tiene algo que engancha, aunque es difícil describir el porqué. No es alegre, pero tampoco triste. No la cantarás a viva voz, pero es agradable de escuchar. En su conjunto, no la definirías como una canción que da mal rollo. Hasta que empiezas a investigar.

La curiosidad producida por la canción y la extrañeza que la rodea te llevará a indagar sobre The Antlers. Pronto descubrirás que su líder, un tal Peter Silberman, no salió de su casa durante un año y medio debido a una fuerte depresión. Sin embargo, en vez de coger la cuchilla y adiós muy buenas, se puso a tocar la guitarra. Y durante el tiempo en el que estuvo enfermo, y con la única compañía de sus demonios, grabó el disco. Entonces comprobarás que el álbum, de título ‘Hospice’, es una obra conceptual, ya que todas sus canciones se entrelazan para relatar una historia común.

‘Hospice’ es un relato estructurado en diez canciones que explica la relación que surge en un hospital entre un enfermero y el paciente terminal al que está cuidando. No es un falso vínculo, ni uno es apoyo para el otro, ni existe una relación que se pudiera catalogar de afectiva. Hablando en plata, el nexo que los une es la contemplación en primera persona de la decrepitud. Las canciones no plantean soluciones, ni viajes imaginarios, ni fugas ni evasiones. Son incómodas descripciones de una vida que se apaga sin remedio, del día a día de un cadáver que aún respira, de tubos que se esconden dentro de los brazos, de una demacración tan certera como inevitable.

Si aún te quedan ánimos, seguirás leyendo y descubrirás aterrado que una de las canciones de ‘Hospice’ se titula ‘Atrofia’, y que la historia llega a su fin sin sorpresas: el paciente muere sin remisión. Si eres curioso, querrás descubrir quién es la tal Sylvia que da nombre a la pieza con la que empezaste esta insana aventura, y pronto obtendrás la respuesta. La canción está dedicada a la poetisa Sylvia Plath, una escritora estadounidense con aura de maldita que tras una vida de enfermedad y depresión decidió encender el horno y meter su cabeza hasta el fondo, esperando que las leyes de la naturaleza siguieran su curso (como así hicieron).

sylviaplath

Y una vez que hayas concluido el trabajo de investigación quizás entiendas por qué la primera vez que escuchaste ‘Sylvia’, pese a su estribillo relativamente pegadizo, las trompetas finales y ese final semicatártico que no parece anunciar una derrota, desde el primer momento tuviste la sensación de que estaba fallando algo, como si la verdad estuviera escondida, como si la canción no pudiera ser tan bonita como parecía. Y, amigo mío, tenías razón: no lo era.

Tres canciones, 272. La elección de Withor

THE ANTLERS – SYLVIA

@adriwithor