Manu Chao abandonó Mano Negra harto de tener que escuchar diez opiniones para darle el visto bueno a una canción. No queda otra opción en las dinámicas de los grupos multitudinarios que se precien de ser mínimamente democráticos para funcionar. Con los miembros de una banda ocurre igual que con los whiskys que te tomes en el bar: con dos te aburres, con tres te ríes y con ocho acabas a hostias.

No comprendo cómo más de siete personas pueden ponerse de acuerdo en cuestiones tan íntimas y trascendentales: decidir que tal canción no la tocamos más en directo, que en el siguiente álbum vamos a virar 60 grados hacia el jazz de Nueva Orleáns o que ya es momento de dejarlo y de iniciar nuestras respectivas 12 carreras en solitario. Sí, el trompetista tenor del final del escenario a mano derecha también.

Una de las pocas maneras de sobrevivir es darle a la cosa humorística. Ahí, entre la pachanga y la fiesta, no quedan dudas ni tormentos ni inquietudes musicales que nos distraigan. La música se torna banal y frugal pasatiempo verbenero. Ningún componente de Los Inhumanos, grupo creado en una playa valenciana tras asaltar los bártulos de las orquestas en sus descansos, se va a sentir dolido por quedarse relegado a los coros. No habrá lucha de (¿diez?, ¿once?) egos (batalla campal) en plan Lennon-McCartney ni pactarán firmar las canciones con todos los apellidos para no descompensar los derechos de autor. No. Se enfunda uno el disfraz de monje y se sale a hacer el chorras. O aparecen los cuatro matrimonios que formaban Siempre Así a cantar sevillanas. O se reivindica el agropop cañí como hacen No me pises que llevo chanclas ‘manque’ pasen los años.

Cuento y a mí me salen diez ‘inhumanos’

Aunque no faltan las escisiones. Celtas Cortos se acabaron tambaleando por tanto comunismo. Los Manolos (de pequeño creía que la decena de miembros se llamaban todos así, en plan Ramones) acabaron desgastados de tanta rumba catalana y al final sólo quedaron tres cantando en catalán. Traumática resultó la segregación de Mocedades, que vio salir de sus filas a una facción disconforme (la canción melódica, siempre tan rebelde y contracultural) para formar El consorcio (entre ellos estaban Sergio y Estíbaliz, que también forjaron un proyecto paralelo a dúo), en el bendito filón (aunque eso era aaaaantes) de los combos vocales de adultos. La coral y sólida historia de Mocedades se sigue escribiendo con letras de plomo y ya son 17 los miembros que han pasado por la formación. Podrían tener un equipo titular para participar en el festival de la OTI y otro suplente (a la manera de un filial) para amenizar a los jubilados en el Jardín de las delicias.

En esa línea, más muchedumbre musical la adjuntaba la Década Prodigiosa, una especie de Operación Triunfo para curtirse en galas televisivas, fin de año incluido. Aquello era una escuela del pop chicle y atlético, un trampolín hacia Eurovisión (caso de Mikel Herzog) o, en la mayor parte de los casos, para iniciar carrera solista y abrazar el consustancial ostracismo. 23 artistas han pasado por sus filas. Podrían jugar un partido de fútbol entre ellos, o dos simultáneos de baloncesto. Actualmente el artefacto sigue en marcha, con cuatro miembros, en clara tendencia Battle Royale.

No es la selección española de gimnasia rítmica en el Europeo de Helsinki. Es la versión moderna de La década prodigiosa

En este apartado, Argentina aporta buenos ejemplos lúdico-festivos. Los Auténticos Decadentes (12 músicos) lo bordan en el fomento de la camaradería pasada por el filtro del ska. El rock cumbiero de Bersuit Vergarabat (ocho miembros) o el pop de estadio de Los Fabulosos Cadillacs (siete) son otras muestras de la música convertida en aglomeración. A priori, los lazos de sangre facilitan la convivencia vital y artística. Sólo así se entiende que The Kelly Family hayan completado una carrera de 38 años, superando las diferencias de pareceres de 10 hermanos con distintas nacionalidades (varios de ellos eran españoles).

Quizás el caso más paradigmático sea la banda de pop-folk I’m from Barcelona, un elenco sueco y catalanista de 27 felices miembros que tocan trompetas, flautas, banjos o acordeones. Se ubican en el mundillo indie, aunque a poco que cinco familiares de cada miembro compren su disco y convenzan a su vez a otras cinco personas (es la teoría Kevin Bacon) las hordas ‘mainstream’ estarán a tiro de piedra.

Lo mismo sucede con esas bandas de sucios perroflautas entre el reggae y el ska con discurso catalanista por la libertad y contra la opresión ejercida por el castellano cabrón y opresor, donde un tío toca el violín y pega saltos, dos cantan y tres hacen coros mientras trompeta, trombón y saxo arropan la bravata política. Aquí no hay humor pero la homogeneidad de pensamiento es tal que no es complicado entenderse. Mejor podrían manifestarse en la calle y serían más multitudinarios que algunas protestas. Mientras, confiemos en que por una vez haya más gente arriba del escenario que abajo.

raúl