Vi a Love of Lesbian hace ya telita de años, en un concierto loco y carnavalesco en el Parc del Francolí en el que el grupo acabó desmadrándose, enfundándose en trajes de polla, luciendo gafas galácticas y cosas así. Esta vez tocan en un recinto más formal, el Teatre Bartrina de Reus, y a mí, unos años después, me intriga ver cómo van a conjugar sus dos pulsiones atávicas: esa banalidad histriónica y púber y la pose seria, la formalidad, la madurez de cuando se pisan los 40 (la edad, no la radiofórmula, digo).

Poca broma con el acontecimiento: van a llenar dos noches seguidas este teatro (peco de paleto, pero es la primera que vengo al Bartrina, y mola). El público es un reflejo del estirón que dio la banda hace un tiempo, saltando del indie más militante a un target más amplio y difuso. Hay adolescentes, moderneo, jóvenes y jóvenas que beben de la ola del pop lánguido femenino, granaditos crecidos en Los Planetas y treintañeros (padres y madres de familia, incluso) que volvieron hasta aquí desde Bunbury, por ejemplo. No sabría dónde ubicar a Love of Lesbian en el etiquetaje indie-mainstream, y lo digo como elogio.

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Love of Lesbian, en la primera de las dos noches que llenaron el Teatre Bartrina   Foto: Alba Mariné

Me gusta el título díptico de su último disco: ‘La noche eterna. Los días no vividos’, y creo que el concierto va a ser temático en esa línea. El despegue es tranquilo, a cargo de ‘Un día en el parque’. Bajo una proyección con paisaje urbano y nocturno presidido por una gran luna, desgranan ese extenso (y doble) álbum, hay un guiño a los anteriores (nunca al inglés; no tendría sentido, cuando el público en masa corea las letras), como ‘La Niña Imantada’, que fuera himno mínimo en su tiempo. La banda suena rodadísima, ejecuta bien, con empaque instrumental, envuelta en el manto barroco de tres guitarras, bajo, batería, teclado y sintetizadores que van y vienen, tocados por cualquier de los seis componentes.

Hay que empezar serios, emotivos, aunque pronto el carisma del frontman, Santi Balmes, se hace patente. El respetable le espolea constantemente: le grita ‘¡guapo!’, le tira los trastos, acaso por la erótica del creador, pues buena parte de su universo de la banda bebe de él y de su imaginería infantil, plasmada en letras o en cuentos. ‘Belize’, ‘La noche eterna’ o ‘Wio, antenas y pijamas’ son puntos álgidos en este primer tramo del concierto en el que Love of Lesbian venden muy bien algunos recursos fáciles: la literatura de la noche, la nostalgia, los trozos de vida que uno pierde, la añoranza por lo no sentido.

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A la derecha, Santi Balmes, guitarra y cantante     Foto: Alba Mariné

Chirría, por lo coyuntural, la canción ‘Si salimos de ésta’, que habla de apreturas económicas y personales, pero es el momento en el que Santi anima al público a levantarse y bailar. Siempre hace gracia ver profanar la solemnidad de un teatro, y el show se convierte casi en una misa: el público se levanta y se sienta en función de lo que toque, si balada o pop enganchoso con base electrónica. Es un poco la polaridad en la que se mueve una banda que va de la payasada al drama. «¿Vais a bailar? Tendréis que arrancar algunas butacas, ¿no?», sugiere Balmes, que invita al personal a quitarse la ropa. «Lo que podéis hacer es llevaros cada uno una butaca a casa y mañana esto ya estará libre», apunta el guitarra y desata alguna risa.

Espero que caigan temazos de otra época como ‘Houston, tenemos un problema’ o ‘Mon petit cabroin’. No desfilan, pero en el primer bis Santi Balmes, con sombrero puesto, se saca el regalito gamberro de la noche: ‘Club de fans de John Boy’, una de esas referencias indie, convertida en un tangazo, con esa voz gravísima y sólo un piano. La cosa no pasa de anécdota, de juego irrelevante, pero gusta y hace tilín ver esa bandera moderniqui (habitual de la Zero) travestida en algo tan conservador y folclórico como un tango. Casi que se adivina, digo yo, que la travesura tiene visos de provocación hacia un sector del público indie al que Balmes calificó una vez de mucho más talibán que la masa comercial.

Love of Lesbian no se cierran a nada. Tan pronto empalman el final de una canción con ‘¿Por qué te vas?’ de Jeanette como remolonean en unos versos con ‘Amante bandido’, de Miguel Bosé. Por entonces, el gentío baila y canturrea las letras sin complejos, Santi Balmes se adentra por los pasillos del teatro y se deja abrazar. También lo hace él con su amigo Lluís Gavaldà. El cantante de Els Pets ocupa uno de los palcos laterales, y está a punto de encaramarse al escenario. «Lluís sólo subiría a cantar si le diéramos un sobre con dinero», bromea Balmes.

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Balmes y sus poses, durante el concierto      Foto: Alba Mariné

Ya en la recta final, llega la querencia discotequera de la cannábica ‘Algunas plantas’ o los guitarrazos de ‘Allí donde solíamos gritar’, prediseñada para tocar la fibra de veinteañeros con cerveza un sábado a las dos en las Golfes Club. Me satura tanta literatura populista con el pasado mitificado, pero recupero el ánimo con el cénit, una canción muy demandada, muy de cerrar el disco y el concierto: ‘Los toros en la wii’ (fantástico)’. El tema, entre el surrealismo y el humor, tiene intríngulis: se juntan en la letra Buda, Murakami y Schopenhauer y en directo se convierte, desprejuiciados loops mediante, en un festejo que acaba por encender los ánimos y desmelenar a la gente. Ese ‘¡Fantástico!’ que claman muchos desde la platea es ya un grito de guerra habitual en los shows ‘lesbianos’. El momento es prácticamente la única concesión al delirio tonto, a algún bártulo, a algunas gafas estrambóticas.

Como si hubiera que acreditar madurez, acaban con el baladón ‘Oniria e insomnia’, con un guiño a un bar de Reus que se llama así. Es un relato hecho canción, el enésimo bis, un exhausto y meritorio vaciarse tras dos horas y media que deja al público satisfecho y a Love of Lesbian consagrado como grupo importante, aunque sea difícil despegarse del discurso ‘peterpanesco’ y del regocijo en el tropiezo recurrente. Está arraigado el conflicto con el quinceañero que fuimos y el eterno retorno a la tontería: entre las reverencias y los aplausos, con las luces encendidas y la descompresión, suena de fondo eso de «los niños del mañana, vaya hijos de puta». Parece la evidencia de que no aprendemos, de que el chiste anda siempre enquistado, y mejor así. A veces el patetismo tragicómico dice más que las nostalgias.

raúl