Hoy me he levantado muy poco autodestructivo (¡qué pesado es serlo a veces!) y tengo en servicios mínimos los anticuerpos del rock’n’roll. Si nos podemos reduccionistas, convendremos en que la música es cuestión casi de revoluciones: de la balada al frenetismo, pasando por el medio tiempo, con toda la panoplia de estilos, ritmos e intensidades que se quiera. La fuerza del Xixón Sound de los noventa tiene mucho que ver con todo lo que rodea al pop indi femenino, género al que me acerco tangencialmente.

Predominaban entonces los grupos de chicas que hacían algo parecido al punk y que enmascaraban sus berridos en el inglés. Las asturianas Undershakers (sí, hombre, las de la canción veloz de aquel anuncio de Radikal Fruit Company, muy noventa’s todo) llevan unos cuantos bonitos discos confeccionados bajo el nombre de Pauline en la playa. Llamadme moñas, pero me gusta ese pop de orfebrería, esas canciones literarias y cándidas que son casi cuentos, en plan Amélie, que hablan de las pequeñas cotidianeidades. Arreglos de cuerda, zanfoñas y vientos cocinados a fuego lento (Pauline o, lo que es lo mismo, las hermanas Álvarez, se han tirado cuatro años para grabar su último disco) envuelven una melodías dulces, a veces diseñadas para cantar bajito al oído.

Las hermanas Álvarez o Pauline en la playa, relajadas en Gijón

¿Los temas? La bañera, la chimenea, el gato de Cheshire, la siesta, el norte, las noches insomnes, las discusiones, la playa de San Lorenzo en Gijón, los días que pasan. ¿El tono? Preciosista, cálido, elaborado. ¿Las letras? Soñadoras, poéticas, tragicómicas, domésticas y ricas. Todo ello, además, grabado habitual y paradójicamente en Circo Perrotti, los estudios más grotescos y rudos de España (analógicos, vintage y junto a un puticlub). Son propiedad del productor y músico gijonés Jorge Explosion, líder de los muy recomendables Doctor Explosion, una genuina e histórica banda de garage y punk (entre muchas otras cosas, ¡autores de la banda sonora de ‘Karate a muerte en Torremolinos!’). La conexión entre la cosa blandita y la furia siempre está presente. Sin ir más lejos, la voz pujante, insegura y lánguida de Miren Iza, compositora de Tulsa, se desgañitó hace años con la suciedad punkoide de Electrobikinis.

Los años amansan, bajan las revoluciones, limpian la producción y dibujan matices. Incluso las chavalas disolutas que vomitan cerveza en garitos de mala vida se vuelven luego señoritas hipersensibles de manta, edredón y peliculita. La pava Christina Rosenvinge exhibía su adolescencia naïf hasta que sus discos fueron ganando madurez y eso acabó derivando en algunas canciones estupendas. Incluso las rancias treintañeras de Nosoträsh insuflaron delicada literatura al pop (me mola la canción ‘Rasguños’, donde canta Nacho Vegas; no tenemos remedio) y siguieron la senda del histórico Sonido Xixón, ya diluido como tal, aunque la movida asturiana independiente nunca se detiene. Ahora es el dúo femenino Chiquita y Chatarra el que pasa de sensibles romanticismos y se apunta a un punk animal y distorsionado sólo con bajo y batería. De momento, ellas no muestran ningún vaso comunicante con nada parecido a la sensibilidad, a veces confundida con la sensiblería porque apenas las separa una frontera difuminada.

Chiquita y Chatarra. O suciedad y gritos femeninos con bajo y batería

Fuera de todo este circo quedan, por supuesto, las ‘novias formales’ y el pop ingenuista (el vulgar tontipop), con ejemplos insoportablemente repulsivos como Cola Jet Set, Meteosat (¿sabían que el ex director de ‘Público’ y tertuliano Ignacio Escolar tocaba el bajo?) o los en parte apreciables Fresones Rebeldes. A medio camino están los susurros underground de La buena vida, entre la melancolía, la zozobra y la expresión desprejuiciada de los sentimientos. Esos, en voz moza femenina, tienen fluida capacidad para deslizarse del corazón a la entrepierna, del punk chillón de furor uterino desbocado al pop edulcorado que empalaga y mata a diabéticos ultrasensibles. En fin, que perdón por el azúcar.

raúl