A Italia le tocó demasiado en el reparto con el Renacimiento y lleva décadas pagandolo para igualar la media. Lo malo es que, por similitud idiomática, nos acaban contagiando. Huestes de sobreactuados cantantes melódicos, con su subidón de ego y su acento nasal, desembarcan una y otra vez en nuestras orillas… Si esto les hace sentir una punzada de pavor, no se asusten: es que aún son humanos.

La cosa viene de muy lejos: centenares, millares de féminas hispanas ya mojaban sus bragas con Sandro Giacobbe o Gianni Bella. Sus pelazos (sobretodo el de Bella, ¡qué pelotón!) y sus aires de galán de corazón sensible ya (pre)fabricaban, hace mucho, las fantasías adolescentes de por aquí.

Las facilonas baladas de la canción ligera italiana exigían (exigen) poco esfuerzo de adaptación y otorgaban un rédito inmediato: cambio «ti amo» por «te amo» y duplico los beneficios. Normal que todos se apuntasen a la operación española.

El molde de las canciones se vislumbra a los pocos acordes, amén de que todas llevan las palabras «amor» o «bella» en el título: «Te enamorarás», «Bella idiota», «De amor ya no se muere», «Te amo», «Bella sin alma»… Todo tan intercambiable que no sirve de nada pararse a distinguir entre Umberto Tozzi, Marco Masini o el mencionado Giacobbe.

Llegan los noventa (por cierto, década que vuelve, los inercios llevamos tiempo diciéndolo) y la infección italiana se  desboca. Nos meten con embudo sus teles, su italodisco y su Topo Giggio. España se italianiza: terreno abonado para la llegada de la nueva hornada sentimentaloide. Los nuevos chicos dejan atrás la galantería (y los pelazos) para ir de modernos, de sencillos. Pasionales, pero de la calle.

Están aquí, por fin, los dos principales adalidades de la italoplaga: Laura Pausini y Eros Ramazzotti. El nasalismo y la pronunciación gangosa alcanzan con ellos un nuevo techo, y el populacho local se rinde a sus hits traducidos. Uno intuye a más de un productor italiano frotándose las manos ante lo redondo del negocio.

En un ramalazo tardío, perpetuaron nuestro sufrimiento Nek y Tiziano Ferro, que creo que por ahí siguen, con su español de mierda. Otras, como la del «tre parole, sole cuore amore»  (me da igual cómo se llame) ya ni se molestan en traducir del todo la letra. La madre que los trajo.

Desde aquí también hubo trasvase: Mecano, con su «Hijo de la luna», y Amaral, con un par de sus baladas más vendibles, intentaron hacerse con el mercado italoparlante. Quiero creer que fue una revancha, y no la misma rentable operación comercial a la inversa.

Vamos cerrando. Los ingredientes de la italoplaga ya han ido saliendo: todos se dedican a ser muy intensos, muy épicos, al ritmo de melodías chiclosas, embarazosas letras y orquestaciones guays. Y ya está, es que no hay más. Me viene, con todo esto, un apunte pesimista: la música no debe de ser algo tan bueno si da lugar a estos ascos.

V the Wanderer