Tres canciones, 263. La elección de Raúl:

WAGON COOKIN – EL PELUCO

El fordismo de un Cien Montaditos de extrarradio no es un lugar muy ameno para congraciarse con el medio radio. Ahí andaba yo, en una jungla sonora, cuando entre llamada y llamada al cliente por megafonía, apareció el trallazo de ‘Señora’, de Los Enemigos, y luego la voz, reconocible para mí, de un locutor que volvió del pasado. Sé reconocer e identificar bastante bien los timbres radiofónicos que nos circundan. El tipo en cuestión se llama Rafael Escalada, era responsable musical de Cadena 100 y arrambló con su buen hacer el advenimiento de OT, que en su boom colonizó aquella parrilla apreciable y suculenta. Entrevistas de buen gusto, acústicos más allá de lo que había que vender en ese momento y hasta radionovelas saltaron por los aires.

Momento chocho: eran los últimos años en los que las novedades, los estrenos, a mí me llegaban aún vía radio y yo, sin ser un romántico enrocado de esas lides, le encontraba tremenda gracia a decir eso de ‘A continuación escuchamos no-sé-qué-no-sé-cuántos, lo nuevo de Fulano de tal, que sale a la venta el día tal’. Era un poco el top del dj. Acaso en esas fórmulas encontré cierta emoción de la primicia, una pulsión que, lo siento, no hallé luego en el ejercicio diario y serio del periodismo, o no con la misma intensidad. También eran los tiempos, y no hace tanto, en los que cazar el tema en cuestión en la grabación en cassette, pero eso serían otras batallitas.

wagonEl dúo de Pamplona Wagon Cookin, en una imagen promocional.

Como decía, a Rafael Escalada le perdí de vista unos años hasta que el otro día me lo encontré de golpe. Sonaba en RockFM y él pinchaba sus cosas en ‘Oldie Motel’, un espacio que intuyo dictatorial, como debe ser, reducto de filias y fobias, en esa insoportabilidad clasicota de cualquier plumilla que, micrófono o teclado mediante, acaba pontificando. Hablar, rajar, escribir y volver a empezar. Soportar esos egos no es fácil. Sin embargo, para eso están esos rincones. Hay veces en que hecho en falta la unidireccionalidad, la criba entre el ruido, la valoralización de una opinión por encima de las otras, y acabo un poco harto de la democracia y la horizontalidad. Es decir: menos llamadas del oyente (menos comentarios) y más el tipo ahí de charla, sentando cátedra sin ser plomo, opinando sin convertirse en un monstruo ni en un personaje. No es fácil dar con el tono. Y dentro de eso, sin embargo, Escalada era poco integrista: había coña, no se engolaba, aunque se le vieran los trucos, los amigos y las comodidades. A veces se enquistaba en lo de siempre y, sin ser perfecto, había algo de calorcillo y de riesgo, de cara B.

No sé si la pesadez de la rutina me harán que ahora retome su voz. Cuesta cambiar los hábitos. Por lo menos me ha hecho recuperar la sintonía de inicio de aquel programa que me marcó. Se llamaba, vayan a saber por qué, ‘El peluco’, y lo introducía esta canción homónima de Wagon Cookin, un improbable dúo navarro de pinchadiscos y mezcladores. La cosa es un poco música de baile, instrumental, electrónica y jazz, sin renunciar a la bossa nova o a sonoridades latinas. Esos aires modernos no son vinculantes con mis gustos ni con lo que sonaba en el programa, pero la candidez del tema me arropaba en aquella previa de horas de radio. Reproduce la ingeniería de las manecillas, ese tic tac de la cuenta atrás y el cosquilleo del arranque, de que se viene algo bueno.