En esta mesa redonda se tratará el futuro de indicativo del periodismo cultural y los retos que tiene en la encrucijada de las nuevas tecnologías sociales y transmedia, así como las nuevas estrategias de gestión y liderazgo para emprendedores, continuadores y acabadores. Por el camino se colarán algunas soflamas neoliberales mal camufladas de autoayuda, un par de citas clásicas utilizadas fuera de contexto y otro de esos vídeos estúpidos sobre percepción que hay en YouTube. Intervienen los sres. Adrián Muñoz, Raúl Cosano y Víctor Navarro. Modera Silvio Makelele. Arbitra Canovaca de la Fuente.

La elección de V the Wanderer

ENRIQUE LINARES – EMBRUJO

Últimamente han sonado mucho en el programa ‘The Offspring’ (o suenan o sonarán, cosas del falso directo). Casualidades de la vida o encabalgamientos del inconsciente, pero el caso es que les dedicamos un Fenómenos Paramusicales (ya saben, esa sección en la que buscamos el origen, absurdo o curioso, de canciones) y alabamos su capacidad de experimentar. Pues buena prueba de ello es la pieza que cerraba, semi-oculta, el ‘Americana’: un reprise de ‘Pretty Fly’ combinado con el bolero ‘Embrujo’ e interpretado por mariachis. Toma cultura del remix.

Me tuvo loquito durante años y aún me apasiona, y de ahí a escuchar y enamorarse del original va un paso bien pequeño. Más aún cuando su compositor firma como Napoleón Baltodano, que supera tú esa suma de nombre y apellido. Es otra canción latina sobre mujeres arrebatadoras que subyugan a un emasculado macho, déjate querer, mujer cruel, déjate querer, y todos esos lugares comunes del amor o del deseo como cosa incontrolable y en absoluto zen.

De todas las interpretaciones que circulan por ahí (tantas como tipos se han agarrado a una guitarra en el Cono Sur) me quedo con la de Enrique Linares, que le da un aire tormentoso, electrificado, como de huracán inminente. Las cuerdas que lo dibujan bien podrían sonar como despertador en el Valhalla, y a lo mejor por eso me la creo tanto: ahí está un himno al amor como catastrófica cabalgata de las valquirias.

La elección de Raúl

LAS RUINAS – CUBATA DE FAIRY

Hay días en los que el cuerpo no le pide a uno sofistificación. Hay canciones que están a punto de no serlo, que siempre, de tan precarias, están cerquita de desmoronarse. Este heavy pop de hoy va por ahí, por una senda de un apocalipsis personal orgullosamente zoquete. Me gustan las canciones burras, animalizadas, tarugas. «Te odio cuando tienes éxito. Tú deberías fracasar como yo», dice esta letra, que añade: «Te invito a un cubata de Fairy». Y digo yo que peores cosas habremos bebido. Hacíamos la coña aquella de que al cuarto cacharrazo de anticongelante todo bien, pero que los tres primeros eran una señorial corrosión de faringe. Recuerdo el vodka Yurinka o el whisky James Webb, y no fue bonito.

Pero a lo que iba: eso es la anécdota, el gancho de esta canción de título irrechazable. Si se escarba no hay mucho más: un tema punkoide de sótano que no renuncia a la melodía y al humor. Se entrega a una especie de naufragio crónico y a una autodestrucción sonriente, a una complacencia hermosa. Si el grupo se llama Las Ruinas, ya es una declaración de intenciones. Si un álbum se titula ‘Disco de autoayuda para mutantes’, también. Y si el sello discográfico lleva por nombre ‘Siete señoritas gritando’, ya entendemos de qué puede ir la historia.

Sospecho que, frisando la treintena, éste es todo el pseudopunk que yo puedo abrazar y creérmelo un poco, sin que sea un mero ejercicio de estilo y sirviendo de almacén de chorradas, de chistes que uno imagina íntimos, de discurso anticosas que se carga murgas autoayudas y motos que, a todas horas, nos quieren endosar. Como en aquel punk auténtico, de aquí me quedo con la mirada, con la actitud cazurra. En las canciones tontorronas que se presumen banales puede haber a veces muchos trozos de nosotros.

La elección de Withor

JUDY BRIDGEWATER  – NEVER LET ME GO

Judy Bridgewater no es la chica que aparece en la portada de su disco ‘Songs after dark’. Tampoco es la chica que canta las canciones de ese álbum. Por no ser, ni es. Porque Judy Bridgewater, aunque se vea tan real, aunque suene tan real, no es un personaje real.

La primera vez que Judy Bridgewater vio la luz fue en la novela Never Let Me Go, de Kazuo Ishiguro. Pero nuestro encuentro se produjo en su segunda aparición, en la película del mismo nombre de Mark Romanek. También fue la primera vez en la que ella cantó para mí que la abrazase fuerte y que nunca la dejase ir. No tenía pensado hacerlo.

Por eso mismo, lo primero que hice al terminar la película fue buscar su nombre en Spotify. Me extrañó no encontrarlo. Porque Judy Bridgewater suena a las Ronettes, a Irma Thomas, a las Shangri-las, a la Franklin. Música de los 50 y los 60, con ese sonido tan especial y reconocible desde el primer momento. Música que, en general, se encuentra siempre en Spotify.

No tardé mucho en descubrir que había trampa. Judy Bridgewater no existe. La chica de la portada no sabemos quién es. La que canta es una tal Jane Monheit, y lo hace muy bien, pero sus discos no tienen ese aroma que yo percibía cuando Judy Bridgewater me susurraba que jamás la dejase escapar.

Ahora, aunque me duela, ya no puedo prometérselo.