Pongan atención señores, que, sin poner ni quitar, tres tonadas de renombre, vamos a recomendar. Valor pedimos al buen dios y a la virgen soberana para recomendar tres temazos que sólo nombrarlos espanta. Madres las que escuchéis y buenas gentes honradas, educad a vuestros hijos en estas bellas tonadas. Aquí la historia termina, aquí la historia se acaba, de las Tres Canciones de hoy, ¡gloria al señor, Deo Gratias!

La elección de V

YOKO KANNO – BLUE

Hay quien tiene decidida la música para su hipotética boda, desde el camino al altar al paseíllo de los camareros en los postres. Otros han decidido lo que quieren que suene cuando vayan de camino al hoyo y se imaginan a sus familiares moqueando a ritmo de, no sé, Shakira (esta gente suele tener mal gusto). A mí todo eso me la trae bastante al pairo pero aún así hace tiempo que tenía decidida, ojo, la tonada con la que quería cruzar la meta de mi primer maratón. Cada loco con su tema, etcétera.

Andaba dándole el enésimo repaso a la banda sonora de Cowboy Bebop y me asaltaron esos coros, en idioma inventado, con los que se despide la serie (¿es el final más redondo posible? Seguramente sí). Y me dije «oye, qué épico sería, ¿no?». Me di la razón (cosa que no suelo hacer: no me caigo tan bien) y me puse a entrenar como un loco, dejándome llevar cada vez que el tema aparecía al azar en mi emepetrés, pensando en esos últimos metros que cerrarían la hazaña.

Hoy el cielo no era azul (estaba nublado, de un gris bastante soso) y desde el kilómetro treinta mis rodillas venían diciendo que ellas no corrían, pero al ver el cambio de decena he echado mano al reproductor y he buscado, frenético, esta maravilla de tema. «Asked myself what it’s all for», me ha susurrado al oído, «you know, the funny thing about it, I couldn’t answer». Lo suscribo palabra a palabra, y sin embargo (o pese a ello), no pueden imaginar qué libertad, qué claridad, qué liberación.

La elección de Withor

BOB SINCLAIR & RAFFAELLA CARRÀ – FAR L’AMORE

Pasarán los años y se seguirá hablando del larguísimo travelling de ‘Sed de Mal’ (que tampoco es tan largo), del cadáver en la piscina narrando su propia muerte de ‘El crepúsculo de los Dioses’ o de las carreras por la playa de ‘Carros de fuego’ como los mejores inicios de películas que existen. Son, todos ellos, buenos ejemplos. Sin embargo, a mí ninguno de ellos me ha impactado ni la mitad que el de ‘La grande bellezza’. No sigan leyendo si quieren tener la posibilidad de sentir lo mismo.

La acción se sitúa en un céntrico ático de Roma, a escasos metros del Coliseo. Allí hay montado un señor festival que ríete tú de las juergas de Gandía Shore. Lo que impacta en un primer momento es que la mayoría de los allí presentes recibieron el bautismo hace 50 o 60 años. Pero no les falta marcha. Bailan como locos, extasiados. La cámara parece un personaje más, revoloteando entre todos ellos. En algunos momentos, parece adquirir vida propia. Serpentea, sube, baja, siempre mostrándonos alguno de los acabados que por allí merodean. Se me hace difícil pensar, y lo digo de manera totalmente racional, en una escena mejor dirigida que ésta. Luego, curioseando por Internet, vi que no era ni mucho menos el único que pensaba igual.

Tiene cojones por lo tanto que la Carrà vaya a pasar a la historia del cine (la mía, al menos) por ser la voz de esta orgía en la que participan todos los sentidos.  Quién les iba a decir a ella y a Bob Sinclair que un remix juguetón pensado para sonar en Pachá a las 5 de la mañana se iba a acabar utilizando (con un rol decisivo, siempre en primer plano y sin interrupciones) en una de las películas europeas más premiadas de los últimos tiempos. Ante esto, sólo puedo añadir una cosa (leer en voz alta y muy despacio): explota, explota, me explo. Por mi parte, todo dicho.

La elección de Raúl

LOS LOBOS – COME ON, LET’S GO

Como en el juego ese de ir saltando de hipervínculo en hipervínculo en la Wikipedia, aquí he llegado yo mientras pensaba un poco en la muerte de James Gandolfini. No es novedad, lo sé, pero nunca estará de más recordar cómo traspasó el actor, qué hizo antes, qué tomó, qué bebió el muy verraco para reventar así; en fin, echarse una risas leyendo el menú de aquella cena. Veo fotos de esos tipos grandotes que forman Los Lobos y me divierte imaginarles un fallecimiento parecido en lo cerdo, en lo animalesco, cambiándoles las sustancias del rock por salsas tex-mex y un modo de vida netamente yanqui, por muy chicano que uno sea. Les veo, claro, rebozándose en los tópicos: muriendo hartos de entrecot en un duelo de bareto de carretera contra Homer Simpson o con el corazón hecho trizas después de haber presentado algún programa en la MTV.

Y así, siendo fronterizos, malotes y buquecillos entrañables, los americanos se han plantado en la actualidad sacando discos y haciendo bailar al personal durante medio siglo. Esta canción simplona es una prueba de ello, del cinematográfico ‘mover las caderas’ (y voy acabando, que no sé si este texto soportará más prejuicios) y de la invitación constante al guateque, a la próxima fiesta, a la siguiente hamburguesa. Los Lobos, supongo que millonarios y en el fondo vividores, siguen haciendo su música, y yo espero de David Hidalgo o de cualquiera de ellos una muerte a la altura, que tenga poco que ver con la sobredosis (bah, algo totalmente anacrónico, del siglo XX) y más con un atracón de langostinos fritos con mayonesa, salsa chile y foie gras.