Vamos a dejar las persianas a medio bajar y le diremos al vecino que riegue las plantas y recoja el correo. El pisito se queda sólo este fin de semana, con un tercio de su plantilla dándose un garbeo por Centroeuropa y dos tercios que se van a la Alcarria a seguir los pasos de Cela. Comunicamos a los aspirantes a ladrones que tenemos perro en la puerta y que dentro no hay nada, apenas estas tres humildes canciones. No les hagan daño, por favor.

La elección de V the Wanderer

SOPHIE ZELMANI – WAITING FOR THE MIRACLE

Dos años y aún sin conquistar Manhattan, y ya no hablemos de Berlín. Aún así yo a punto de recomendar otra versión del temazo de Cohen. Se lo digo a Raúl y me recuerda que él ya había enchufado ‘Manhattan’, de Morente (van casi 250 temas diagnosticados, se empieza a perder el recuento). Me da nosequé y guardo el ‘First We Take Manhattan’ de las suecas Cookies’n’Beans para otro rato: un cover festivo, muy folkie, bluegrass y retoriquero y sin el plomazo synthpop de la original.

Tiro de plan B y les mentaré esta otra, que viene en la misma propuesta: ‘Cohen. The Scandinavian Report‘. Otra sueca, la suavita Sophie Zelmani, se pone melosa con los ochomil minutos de nocturnidad y melancolía del ex-buddhista. La original es casi leyenda en esta casa, y ha sido objeto de innombrables bromas: que si Cohen se dormía al cantarla en directo, que si pedirla en los bises obligaba a pagar otra entrada, que si en realidad estaba reproducida a mitad de revoluciones…

La Zelmani tiene unos cuantos discos bonitos, al borde de lo cursi: más (¡horror!) Russian Red que valkiria poderosa. A esta composición se adapta sin problemas, le da un plus de sentimentalismo justo (ni mejor ni peor que la desafección de Leonard) y se hace acompañar de una instrumentación la mar de maja. Le sale, eso sí, algo más corta: sólo 7 minutos.

La elección de Withor

CHAMBAO – MI PRIMO JUAN

Si me conocieran o tuvieran la oportunidad de ver mi imagen, sabrían que no podrían encontrar en mi cabello ninguna prueba de que en alguna ocasión haya lucido rastas. Lo habré tenido más largo o más corto, pero rastas, ni en mis peores sueños. De acuerdo, posiblemente me vean con barba de unos cuantos días, pero se debe únicamente a la pereza que me provoca afeitarme, y no a un recurso estético. Ni piercings ni pendientes. Ni ponchos ni camisetas hippies. Del último porro fumado en la calle delante de otras personas con total tranquilidad, ni me acuerdo. No tengo la habilidad de hacer malabarismos con extraños aparatos. Y si, tengo un perro, pero ni tiene pulgas ni lo llevo conmigo a cualquier rincón del mundo. En definitiva: ni he sido, ni soy, ni seré -espero- un perroflauta.

Musicalmente, el estilo perroflautista tampoco me llama especialmente. Me suele pasar con aquellos géneros que están dirigidos sin demasiado disimulo a un tipo de persona concreta. No me gusta que la música esté pensada, producida y publicitada exclusivamente a una persona por su forma de vestir y sobre todo de pensar. El ‘flamenquillo’ rumbero -no se me ocurre como definirlo- que tanto gusta al colectivo peca de cargante, tanto en la música, como en las letras. Pero, como siempre he defendido, en cualquier mar puedes pescar el pez más exquisito.

No es que Chambao sepa a gloria, pero reconozco que ‘Mi primo Juan’ es una de aquellas canciones que me gusta cantar cuando al playlist le da porque suene. No por los tintes autobiográficos -la cantante del grupo tuvo cáncer, y la canción va de eso- ni porque me emocione especialmente. Simplemente, me gusta. Y puedo cantar y disfrutarla sin necesidad de llevar rastas o de estar fumado. Y eso que la canción, como no podía ser de otra forma, acaba hablando, como todas las de este estilo, de la marihuana. El factor sorpresa, ya ven, no es el punto fuerte de los perroflautas.

La elección de Raúl

DEATH IN VEGAS – HANDS AROUND MY THROAT

El Víctor Díez se pone plasta a veces con sus recomendaciones. Te lleva a su casa con la emoción y te pone el último grito del tango electrónico, algo de chill out, de pachanga brasileira o de rumbita francesa. O vuelve de Suiza con tres o cuatro hallazgos minoritarios pero asequibles que te hará escuchar. Y ‘vés per on’ que el pájaro, a veces, va y acierta. Hace ya unos años que me dijo algo así como ‘nene, tienes que escuchar esto’. A él le pone muy mucho el rock electrónico. Me enchufó a los británicos Death in Vegas y a mí se me quedó esta canción, híbrido, como digo, de pop, rock y herramientas electrónicas, y ese compás que no llega a ser fiestero y que uno no sabe si es mejor para bailar en una discoteca o para escuchar en el sofá de casa, entrando, por qué no, un poco en trance. Luego la escuché como sintonía en un progama cultural de La 2, de esos que recolocan y van y vienen en la parrilla hasta morir.

Hay pinceladas electrónicas (la llamada zapatilla de la buena), clara melodía y guitarras densas que a uno le reconcilian con las máquinas imperantes. Al final, supongo que esto es un llenapistas pero Death in Vegas sigue siendo un grupo con alma, orgánico, una banda de rock que sabe juguetear con el dj, ponerse bailable o ponerse oscura o ponerse experimental, pero bien.

No crean que Víctor, que rastrea los internets buscando joyitas más o menos escondidas, es un sibarita, que luego vibra como el primero con los Fresones Rebeldes. Y otro día desvelaré que el único disco original que tiene en casa es el debut de Britney Spears. Pero otro día.