La Inercia se va de cena de empresa. Cano el Cuarto pide jocosamente un aumento de sueldo, Raúl le devuelve una mirada gélida y asesina («el lunes a primera hora en mi despacho»), Adrián se emborracha a gintonics y arrima cebolleta a la secretaria, V hace lo propio a whiskazos y se adueña de un karaoke decadente. Mientras tanto el millón de monos se pone las botas a gambas y critica la ajustada cesta de Navidad. Hasta el lugar más fascinante del mundo tiene cubículos y fotocopiadoras, amigos.

La elección de Withor

GIRLS – HONEY BUNNY

Y así, día va día viene, noches de sueño y mañanas legañosas, algo de fiesta pero más bien poca, luces de navidad puestas con -según mi opinión- demasiada antelación y cada vez más ganas de mandarlo todo a la mierda, uno mira el calendario más por hacer algo que por convicción y se da cuenta de que estamos a mediados de diciembre, que el tiempo pasa volando y aunque sea oro a veces no nos damos cuenta. Y como cada año, imperturbables, ahí están las listas de lo mejor del año, discos, canciones, directos, tonterías varias, un tema que me obsesiona, siempre partiendo de la base de que lo importante, como en la escuela, es aprender.

Y como cada año, siempre hay discos que uno desconoce y se repiten en todos los top-ten de la mayoría de clasificaciones. Algo bueno, digo yo, ignorante de mí, tendrán que tener. Y manos a la obra, uno que no quiere ser un inculto, que no quiere ir a una discoteca y desconocer lo que está rebotando en las paredes, clica al azar en alguno de esos cedeses con la esperanza de encontrar algo que merezca la pena. Y así topé con un grupo llamado ‘Girls’, y su disco ‘Fahter,s on, Holy Ghost’. Y señores, ahí está, suena de puta madre, melocotonazos de miedo pop de dos minutos como ‘Honey Bunny’ y canciones más densas de esas que no son para llevar en el coche pero que bien buenas son como ‘Vomit’. ¿Lo mejor del año? Pues no lo sé. ¿Acaso tengo cara de que importe?

 

La elección de Raúl

 THE FOUNDATIONS – BUILD ME UP BUTTERCUP

Suena esto por la radio en el inmenso y largo Deltebre Distrito Federal, un viernes noche, mientras unas cuantas pizzas se hacen (eso es mucho decir) de mala manera para la cena. Los inercios somos unos partidazos y esto que leen un paginón, pero dos días después encender una barbacoa en el pisito se va a quedar en misión imposible. Pero no va a importar: porque siempre nos quedará la plancha o el kebab o el pacharán. Ubico: fin de semana perruno, tirados en el sofá como tetrapléjicos, sin más perspectiva que sentarnos a esperar cómo nos llega la muerte. Ni una canción como ésta, feliz, espléndida y soulera, cantada por alegres y despreocupados negros en los años 60, nos espolea, nos rescata de la dejadez voluntaria y consciente, a mucha honra. Recuerden el contraste: el reparto entero de ‘Algo pasa con Mary’ danzándola, con espíritu de flashmob, en los créditos finales de la película.

Coros, hey hey, heys, uoooss y ganchos onomatopéyicos varios, unos vientos y el swing pegadizo y colorista, que parece pedirnos salir a la calle y que el guardia urbano, el limpiabotas, el skater, el vendedor de cupones, el político corrupto y la puta de la esquina bailen una coreografía de precisión relojera suiza, en comunión banal pero asquerosa y maravillosamente vitalista. Ya basta. Que esto es aún Deltebre y levantarse del sofá va a ser en Londres 2012 deporte olímpico.

La elección de V the Wanderer

THE POSTAL SERVICE – SUCH GREAT HEIGHTS

El indie se devorará a sí mismo. Las gafas de pasta se quebrarán con violencia y las barbas serán afeitadas sin remojar. Si no, al tiempo. ¿Quieren pruebas? Ben Gibbard (voz de los Death Cab For Cutie) colabora con el ideólogo independiente Jimmy Tombarello en una unión llamada The Postal Service (también andan por ahí otros, como Chris Walla, guitarrista de los Cutie). Sale algo así como un himno de la indietrónica (¡etiquetón!). Secreto cool, intimista y blandito pero cargado de bits, compartido entre susurros entre los modernillos. Luego suena en una serie, después en otra, acaba repetida en mil anuncios y bombardeada en ‘Anatomía de Grey’, serie que fagocita sin piedad  música decente y la vomita en radiofórmulas.

La joya independiente es ya conocida por fanes y fanas de Shakira. Los modernos, cargados de desesperado pavor, se refugian en la versión folkie del barbudo Iron and Wine y reniegan de la original; una versión que, todo sea dicho, rechaza la innovación y personalidad del experimento de Gibbard y Tombarello.

A mí todo esto me la resopla. Este quemadísimo tema, consumido ya por una parroquia y otra, me sigue produciendo una cálida placidez y últimamente me viene de perlas para sonorizar mis carreras nocturnas. Movimiento, noche, emoción, elevación. Tan grandes alturas. Ando no muy lejos de cuadrar una escucha por kilómetro.