Tres canciones, 249. La elección de V

BEETHOVEN – ‘O FREUNDE, NICHT DIESE TÖNE’

Hace tres años fue mi primera vez con la Novena de Beethoven en vivo y ya iba siendo hora de repetirlo. A fin de cuentas, una vida bien vivida sería aquella en la que asistiera la Novena nueve veces.

La ocasión me llegó hace unos días con la sesión ‘Beethoven 2014!’, a la que una vez más me invitó el amigo Quico Cañellas. En esta función se incluían también la ‘Obertura de Fidelio’ y la ‘Fantasía para orquesta y coro en do menor’ (casi un ensayo o una maqueta de la última sinfonía de Beethoven), un poco como calentamiento para lo que tenía que venir. La Novena es todo epifanía, una explosión técnica y emocional que pone al límite a sus intérpretes. El día antes, Quico y Pedro (que también forma parte del coro) me comentaban que el reto era abrumador: atendiendo a esa doble fuga y al larguísimo final se diría que Beethoven compuso esta ‘Coral’ para matar a uno o dos cantores por función.

La pianista Cassandra Wyss durante la Fantasía

Ya les conté en su momento mi fijación por la Novena, que he escuchado centenas de veces y en decenas de versiones. Esta familiaridad con la composición me permite, pese a no tener el bagaje de un experto en la materia, saber cuándo la sinfónica está compensada, cuándo el tenor llega a sus notas y cuándo el coro va por detrás de lo que le toca. No es tanto un análisis consciente como una comparación memorística, una confrontación entre una idea casi platónica de la obra (mi propia amalgama mental de todas las grabaciones que he escuchado) y lo que se me presenta delante.

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Un momento de ‘Beethoven 2014!’

Pues bien, les aseguro que el coro fue de una exactitud escalofriante. En cuanto empezaron a cantar sonaron atronadores, unidos, contundentes. Sin chillidos, sin destiempos, como un solo instrumento que cumple exactamente lo que le pide el texto. Hay una diferencia tangible entre escuchar a un conjunto de tipos y tipas cantar la Novena y que la Novena se manifieste delante de uno, viva, plenamente formada.

Lo que sucedió en el Principal fue que la obra de Beethoven subió a las tablas y se mostró ante el público; los intérpretes ya no eran Quico, Pedro, sus compañeros o la orquesta, ni siquiera el (enérgico y eficaz) director, José María Moreno. La sinfonía existía de forma autónoma; ahí estaba, otra vez, mi composición favorita, esa música que resiste todo desgaste y todo abuso, que está por encima de la misma música.

Michael Tilson Thomas, director de mi grabación favorita de la Novena, sobre la sinfonía.

La ilusión no es fácil de lograr. En los compases previos a la Coral la orquesta de Brandenburgo se destapó en un par de ocasiones, como un tramoyista que sale a escena: aquí unos vientos que no consiguen casar, aquí un enfrentamiento entre cuerdas menos enérgico de lo que pretende, aquí unos timbales sin resonancia que quedan fuera de lugar. Esos pequeños desajustes parecían subrayar el mérito de lo que vendría después: cómo un grupo de personas totalmente dispares se convirtieron en una sola fuerza para loar la fraternidad universal desde un sentido de lo mayestático casi cósmico.

Beethoven en 2014 sonó tan a Beethoven como lo debió hacer en 1824. Como sonará de aquí a otros doscientos años. Universal, eterno. Ante semejante hazaña, poco importa que la función acabara con un bis del estribillo al que el público acompañó con las palmas como en espectáculo de circo o un aterrizaje de Ryanair.

Ahí tienen una Novena para los que gusten de récords mundiales: 10000 japoneses interpretándola en coro.