62 entradillas de programas, 174 de Tres Canciones, otras tantas de Tres Películas y aún no hemos hecho la broma del menú con primer plato, segundo, postre y etcétera. Ahora estamos diciendo que no lo haremos y, por lo tanto, jugamos a aquella figura retórica de enunciar afirmando que no enunciaremos. Que es casi peor que hacerlo. En fin. Ahí va un buen show radiofónico con los fantasmas del gobierno japonés, una canción de 24 horas, un clásico de LoPutoPeor, leyendas del blues con Bea García Guirado y parodias de críticas pedantes que hacen bastante risa. Y comentarios tan metatextuales como esta introducción.

Tenemos mogollón de reglas, por lo menos cuatro. Las anotamos con esmero en una libreta de cuadros y pagamos a un notario para que vele mes a mes por su escrupuloso cumplimiento y, más importante, su rutinaria ruptura.

Nos gusta saltarnos las reglas, propias y ajenas, por inquina, pereza o creatividad, por aquello de sentirnos rebeldes y únicos. Le damos la vuelta al código y le buscamos los cabos sueltos, los flecos, los límites del sistema.

Vivimos en el lado salvaje de la vida, todo el día a cafés con leche y leyendo spoilers. Nos pasamos tanto que nuestra zona de comfort es lamer farolas a las tres de la mañana.

Si están dispuestos a pasar 70 minutos extremos, no se aparten del transistor: empieza La Inercia.