Tip y Coll. Faemino y Cansado. Aznar y Acebes. Y ahora, el panteón de dúos cómicos españoles acoge a una nueva pareja: Osborne y Arévalo, que continúan de gira por España con su espectáculo Mellizos, ahora ¿convenientemente? rebautizado como Más mellizos que nunca.

¿Qué es Más mellizos que nunca? ¿Es un monólogo? ¿Es un concierto? ¿Es una sutil y elaborada sátira social sobre la situación económica en España? La respuesta, sorprendentemente, es no. Más mellizos que nunca trasciende las fronteras de los espectáculos teatrales y va más allá. Es una prueba de fuego, es una experiencia vital. Es un evento del que no se sale siendo el mismo.

Más mellizos que nunca

«Un espectáculo divertidísimo, con canciones en directo».

Pongámonos en situación: 21 de diciembre (día del supuesto fin del mundo, muy apropiado), a las nueve de la noche, a pocos minutos del estreno. Los alrededores del Teatro Olympia de Valencia están abarrotados de sexagenarias que esperan «a ver al Osborne, que es muy guapo, y al Arévalo, que dice unas burradas…». En esas estamos cuando su humilde servidor, de veintipocos años, se pone a la cola, sintiéndose completamente fuera de lugar.

Y es que, distinguidos lectores, Más mellizos que nunca es un espectáculo dirigido al sector aficionado a la caspa y los chistes de mariquitas. Los que busquen el posthumor de Miguel Noguera no lo encontrarán (joder, la idea de que Arévalo esté esclavizado por Bertín Osborne y este le obligue a actuar noche tras noche, ¿no?), los que busquen el surrealismo de Faemino y Cansado tampoco lo encontrarán, porque Bertín y Arévalo no leen a Kierkegaard. Los que busquen, eso sí, una retahíla de chistes de pedos, matrimonios y homosexuales que aprovechan cualquier ocasión para sodomizar al personal, saldrán encantados.

El espectáculo alterna entre la clásica rutina pareja listo-tonto (Bertín y Arévalo respectivamente), que cuentan anécdotas sobre su supuesta gestación en el mismo útero, donde Arévalo se veía arrinconado por Bertín y obligado a comerse las sobras. Cada chiste suele ir rematado con un acompañamiento musical de Franco Castellani, pianista de confianza de Bertín y probablemente la única persona (sin contarme a mí) que no reía con ninguna de las bromas. Franco Castellani llegando a su casa tras cada función y preguntándose qué hace con su vida. Esa imagen.

Mellizos

Los mellizos se alzan.

El espectáculo comienza con la extraña pareja bajando por el patio de butacas saludando a los asistentes y bromeando con ellos, lo que, hay que reconocerlo, es un acierto. Lo que tal vez no fuera un acierto es la contestación de Bertín a una señora que le tiró los tejos en valenciano: «¿pero a ti qué te pasa en la boca, mujer, que no se te entiende cuando hablas?». Ante el silencio del respetable, Bertín insistió un par de veces antes de desistir. Y es que se ve que el bueno de Osborne no es consciente de que los chistes sobre idiomas minoritarios no suelen funcionar en los lugares donde se habla ese idioma. Por suerte, lo supo arreglar cambiando de tema rápidamente y potenciando su acento andaluz. Y es que ya saben: acento andaluz + hablar rápido = humor instantáneo. O eso aseguran los fans de Dani Rovira.

La ocurrencia más celebrada fue, sin duda, esa con la que Arévalo explicaba que él, si veía un billete en el suelo, no se agachaba, no fuera a ser que apareciese «un mariquita y me diese por el culo, que siempre están acechando». Según explicaba, él pisa el billete con el pie y lo arrastra hacia la pared, «¡pero cuidado, que algunos mariquitas se disfrazan de pared!».

Aquí Arévalo y Bertín demostraron su maestría narrativa, pues este chiste no es sino un ejemplo de la pistola de Chéjov, ya que, más entrado el espectáculo, Bertín cuenta una historia sobre una vez que fue a Sálvame y fue todo el rato con el culo pegado a la pared, «porque hay mucho mariquita en Telecinco». ¡Humor! ¡Garantía genial!

Es posible que, leyendo estas líneas, alguno de ustedes piense (¡qué ocurrencia!) que el espectáculo no tenía gracia, pero lo cierto es que el público aullaba de risa con cada chascarrillo. Este humilde articulista (que «disfrutó» de un modo masoquista) tenía a su lado a tres señoras que estaban al borde del infarto. En especial, la que tenía a mi izquierda, que con cada carcajada sentía la necesidad imperiosa de girarse para ver si yo me reía o no. Y no. Tan preocupada debía de estar ante mi rostro impasible, que le preguntó a una de sus amigas:

 —¿Y a ese chico que toma notas, qué le pasa?

—No sé, pero no se ríe, así que será un crítico.

No reírse como sinónimo de ser un crítico. Porque como todos sabemos, los críticos son una panda de envidiosos frustrados de vida gris. O algo.

Bertín y Arévalo

«¡Estos críticos, qué cosas tienen…!»

Más mellizos que nunca mejora bastante cuando es el turno en solitario de Bertín. El muy truhán, el muy señor, sigue teniendo buena voz, y cuando canta Buenas noches, señora o My Way es imposible no disfrutar, aunque sea un poco. Desde luego, tampoco iría yo a un recital de dos horas de este señor, pero se agradece un descanso entre tanto chistes de gangosos, de mariquitas, de pedos, y de gangosos mariquitas tirándose pedos. Aunque ojo, que también espacio para el humor más actual, como las referencias al porno del Canal +, los tangas de Rappel o la intentona de Karmele de participar en Eurovisión.

El punto culminante de la obra es sin duda el tercer acto, la traca final donde Arévalo y Bertín unen sus casposas fuerzas y nos ofrecen un dueto musical de What a Wonderful World y White Christmas, en el que, mientras Osborne canta, Arévalo baila con un tutú. Sí. Esto pasó. Arévalo en tutú. Ahí les dejo la imagen. Con todo, hay que reconocer que Arévalo se defiende mejor de lo que se podría esperar en el terreno de la canción, aunque su inglés sea propio de educated gentlemen como Emilio Botín o Sergio Ramos. ¡Y no vean lo bien que baila claqué! No, en serio. Baila claqué y lo hace bien. Una caja de sorpresas, este hombre.

El broche final lo puso una interpretación de Hacia Belén va una burra, rin rin en la que todo el público participó haciendo los coros. ¿Todo el público? ¡No! Un joven resistió al invasor y se negó a cantar, no por odio navideño, sino por estar al borde del derrame cerebral y soltando espumarajos por la boca. «Está teniendo un colapso nervioso», aseguró la señora de al lado, «será un crítico».

Una vez caído el telón y superada esta prueba de fuego, me abrí paso a través de las ancianas hordas de asistentes, abriendo el oído para ver cuál era la opinión general. Además del clásico «me he reído mucho, qué borrico es el Arévalo, y qué bien canta el Bertín», el comentario más oído fue indudablemente «ya se notan los años». Sin embargo, y contra todo pronóstico, el comentario no se refería al tipo de humor, sino a Osborne y Arévalo. Hay que joderse.

Javi Bóinez, Reflexiones de un tipo con boina