La tradición dice que saltes una hoguera, que te emborraches, que te bañes en el mar, que enciendas una bengalita, que te reboces en la arena como un cochino, que bailes ska, que espolees el gaznate con el orujo purificador de una queimada, que recites el ‘esconxuro’ mágico al calor del fuego azul, que el solsticio de estío te pille escuchando estas tres nuevas canciones que, técnicamente, son ya canciones del verano, pero muy dignas, oyes. Por el momento sin asomo del osezno King África.

La elección de V the Wanderer

A TOYS ORCHESTRA – MRS. MACABRETTE

¿Pues no voy y me pongo el otro día a repasar el Fotolog? Ni me acordaba de esta red social o lo que puñetas fuere, miren, pero ahí me llegó el fogonazo curioso y me planté a repasar el tema, perfil propio incluído. El asunto ha envejecido mal de narices, y eso que aún coleaba hace unos tres o cuatro años. Tiempos sin Facebook o Twitter, que existieron. Tiempos A.Y., antes del Youtube: hace seis años.

¿Y por qué este rollo? Porque viendo mis entradas detecto ahí un tema que había olvidado por completo: ‘Mrs. Macabrette’, de los italianos A Toy Orchestra. Pegadizo, con un siniestro como de juguete, así muy indie. A saber de dónde lo saqué. Recuerdo que lo escuchaba mucho y ahora me cae simpático, pero sin aplausos. Tempus fugit.

Y miro los contactos y sale gente con la que solía hablar y no sé quien pollas son, canciones enterradas (no todas recuperables), anécdotas, hábitos, hasta peinados repudiables. ‘Mrs. Macabrette’ es eso, un saludo tímido desde la otra orilla de un pasado cercano. Sin dramas, sin demasiada nostalgia, con la admiración por lo mucho que hemos nadado desde entonces. Pero con la amenaza escondida de todo lo que habremos dejado, sin saberlo, en nuestra oficina de recuerdos perdidos.

La elección de Raúl

NINO BRAVO – UN BESO Y UNA FLOR

Como a Tino Casal, a Juanito, a Fernando Martín y a Ayrton Senna, a Nino Bravo le cercenó la vida y la carrera un fatal accidente en carretera. Torpemente, en los asfaltos entonces precarios de las grises Españas, en una curva chunga, allá por Cuenca, allá por 1973. Las canciones de Nino Bravo son imbatibles, apabullantes, ancladas en un torrente de voz único y académico, imitadas hasta el tedio en Lluvia de Estrellas, reconvertidas hasta el rubor en La Parodia Nacional. Es, en parte, la música de mi infancia: escuchaba recopilatorios enteros (¡cassettes!) en el viaje de mil kilómetros hacia el pueblo de mis padres que hacía dos veces al año. Este tema, en concreto, una despedida épica de espléndidos arreglos, con frases que valen por toda una vida, figura en el ‘Boom 11’, el primer disco que me compré, el 27 de diciembre de 1995, en una complejísima operación firmada a medias con mi hermano.

Recuerdo que la he maltratado en karaokes, donde se ha erigido en himno clásico para flipados o beodos que quieren demostrar que cantan bien. “Forjarán mi destino las piedras del camino” es uno de esos versos del millón de dólares que por fuerza deben vencer las reticencias del joven españolito a escuchar canción melódica, a veces rancia, siempre burguesa. De un adiós triste, lleno de penas y equipajes, la canción extrae un optimismo revitalizante hecho de promesas, fortalezas varias y recuerdos (“de día viviré pensando en tu sonrisa, serás como una luz que alumbre mi camino”, dice la letra).

Si esto fuera un consultorio, diría que ‘Un beso y una flor’ es ideal para que el corazoncito se venga arriba tras una marcha dolorosa. En cualquier caso: Nino Bravo es grande, y más que lo hubiera sido; es poesía, es elegancia, es presencia, es reverencia, es un prodigio de voz, una vigorosa fuerza de la naturaleza arrancada de cuajo de la vida hostión con BMW mediante. No somos nadie, no.

La elección de Withor

MARTIN SOLVEIG – HELLO

Será el verano, que ha tomado el relevo a la primavera y la sangre también altera. Será el puto lorenzo, no el motero, sino el astro, que aprieta y aprieta como si tuviera ganas de reventar y apagarse. Será mi cabeza, pobrecita, a la cual le prometí un reseteo urgente y ahí sigue, esperando, rebosante de bits de información que deberían haberse borrado ya. Será el ambiente en la calle, el júbilo generalizado, la vuelta triunfal de las minifaldas, los morenos paleta, los nuevos helados sabor lentejas, las chanclas de dedo que por lo visto se conocen técnicamente como ‘flip-flop’, las pocas ganas de trabajar, las continuas visitas al calendario para contar días, el hielo en el café…

Será por algunas de estas razones, todas ellas con reminiscencias veraniegas para los menos avispados, o quizás por otras. La cuestión que la canción de Martin Solveig ‘Hello’ me apasiona desde hace semanas. Sencilla desde principio hasta el final, empezando por el título, me proporciona todo lo que necesito en estos sofocantes días. Desconexión cerebral, suave balanceo de la cabeza, y un estribillo fácil de cantar. Y ya está. Tengo calor, mucha calor, y no estoy para hostias: no quiero una canción que me haga pensar, ni emocionarme, ni claudicar. No quiero un temazo, no me apetece un ‘»Wish you were here’ ni una canción para cambiar el mundo. Sólo necesito algo fresco y que suene bien. Al final será cierto que el calor atonta. No descarto empezar a buscar los éxitos de King Africa en el Spotify.