La Inercia se renueva y amplía horizontes siguiendo las últimas tendencias del mercado. Por ello, a partir de ahora nos centraremos en el canto litúrgico, sea éste monódico o heterofónico, ambrosiano, beneventano, galicano, mozárabe o romano antiguo. Todo cabe en la casa del Señor (menos el maldito y asqueroso bizantino o el copto, ¡ahí ardan!).

La elección de Raúl

DAVID SUMMERS – DICIEMBRE

Los Hombres G (G de gilipollas, que dirían Pabellón Psiquiátrico) eran pijos de derechas que grabaron discos, hicieron películas (dos, y están, VHS mediante, en mi imaginario infantil) y triunfaron. Hasta se comieron Sudamérica, donde flipaban con ellos y llegaban a comparar aquellas letras a lo ‘Física y Química’ con las de ¡los Doors!. David Summers, el guapito sensiblón, el sobrino de Guillermo (el barbudo del Olimpo de los diesel, aquella gran campaña de Citroën) tocaba el bajo y lo sigue haciendo, pues la banda continúa en activo, con más o menos paréntesis, con más o menos tirón.

Era muy fácil tenerles tirria pero uno, que con los años relativiza, se amoñarda y pierde potencial de odio, ha acabado valorando en esa espiral de tolerancia algunas de sus canciones, como ésta de David Summers, de cuando disolvió al grupo y se aventuró en solitario. Y, claro, como pasa en estos casos, el jiji jajá y los placeres mundanos de las letras fueron sustituidos por un pretendido halo más intimista y el cuento chino de la madurez. El que se comía el mundo buscando nombres de mujer en la agenda de teléfonos, el del ataque de las chicas cocodrilo, el gamberro de los polvos pica-pica ha crecido y ahora es un tipo con su corazoncito, que habla de besos eternos, paseos fríos y días lluviosos de invierno.

Arrepentimientos del que ayer derrochó testosterona. Puaj, dirán. Válgame dios. Si eso es madurar, líbreme el destino de progresar. Pero en el fondo me gusta, pese a todo lo demás: el estribillo facilón, el pop blandiblú, la trama simplona de ‘Al salir de clase’, la poesía de lavabo de instituto.

La elección de V the Wanderer

ELLA FITZGERALD & LOUIS ARMSTRONG – LET’S CALL THE WHOLE THING OFF

Tú ponme un musical de Fred Astaire y Ginger Rogers y ya me tendrás contento. En ellos, los romances son honestos, tiernos, el innuendo y el ingenio están a la orden del día y la gente baila con cara de gilipollas feliz. Qué más le vas a pedir a la vida, chaval. Para este temazo, además, se marcaban un fabuloso baile sobre patines.

Va de algo muy mundano y real: a ti te gusta esto, a mí aquello, a ti tal, a mi pascual. La pareja como intento desesperado de unir agua y aceite; o lo que en el fondo es el (humanísimo) miedo de que la otra parte sueñe con su ideal y te deje en la estacada el día en que lo encuentre. Ofensiva defensiva, inseguridades, prevención de riesgos fantasmales: ¡cuánta complicación para ser sólo dos!

Poniéndose más liviano, me sirve también la tonada para mis alumnos de inglés, como muestra del horror de la pronunciación inglesa. «Teacher, ¿se pronuncia así o asá?» «Pues los dos, hija mía, los dos. Depende de cada cual.» Visto así, me gusta imaginarla como una discusión con un tiquismiquis gramático: «cariño, lo nuestro no tiene futuro: dices «ayer juguemos» y «me pienso de que«.»

La versionaza que les enchufo es de los dos grandes del jazz arriba mentados. ¡Para qué les voy a contar más!

La elección de Withor

GIGI D’AGOSTINO -CARRILLON

El encargado de la tienda de alquiler de coches, muy amable, tiene el detalle, una vez ha revisado que el vehículo está en óptimas condiciones, de ponernos la radio para que nuestro viaje sea más llevadero. Elige una emisora local, y la música no engaña: los bajos suenan potentes, poco a poco se van animando hasta llegar a lo que técnicmente se conoce como ‘subidón’. Es música electrónica. No hay ninguna duda: estamos en Ibiza.

Y en la isla ‘que te atrapa y no te suelta’, nos suelta algún que otro fiera poco antes de confesarnos que va puesto de ketamina y cristal, la electrónica manda. En las emisoras locales, en la música de los hoteles y restaurantes. Qué coño, incluso en lugares sagrados musicalmente como los ascensores el house copa el protagonismo. La música electrónica lo envuelve todo: hasta el autobusero que nos lleva por un paseo a Formentera, con pinta de hombre clásico y una similitud extrema con Perico Delgado, se desahoga escuchando algo que bien podría ser minimal.

La cosa da para un artículo que escribiré próximamente. Pero ahora, no puedo sino echar la vista atrás y rememorar mis primeros pinitos en la electrónica. Como tantos otros de mi generación, nuestro primer maestro fue Gigi d’Agostino, del cual, más tarde, en mis aventuras italianas, descubrí que los transalpinos consideran que hace ‘música para niños’. Sea como fuere, una canción caló hondo en el grupo: Carrillon, ocho minutos de los cuales seis son exactamente iguales. Era un temazo, pero sólo a algunos les motivó lo suficiente como para penetrar en el oscuro sendero de la música electrónica. Maldigo la isla: en cinco días allí, no la escucho ni una sola vez. La electrónica no entiende de nostalgia.