Con el Festival de Sitges pegado al cogote y venosas y supurantes maratones en perspectiva, nos volvemos a poner toreros y les recomendamos música y cine, cine y música, parándonos en algunos cruces calientes entre estas dos artes. Comuniones y sumas que forjan asociaciones en lo más cuántico de nuestra mente y construyen un todo paramusical y supracultural. La ostia de buddhista, si nos permiten la expresión. Pues venga: tres temazos para tres peliculacas.

La elección de Raúl

WALTER CARLOS – MARCH FROM A CLOCKWORK ORANGE

‘LA NARANJA MECÁNICA’
(‘A CLOCKWORK ORANGE’) (STANLEY KUBRICK, 1971)

Un día todos quisimos ser Alex Delarge, tener nuestra panda de drugos y muscular la ultraviolencia nocturna partiendo bocas de vagabundos y atacando a señoras pudientes con inmensos pollones de escayola. Así era ‘La Naranja Mecánica’, la novela que alumbró Anthony Burgess y transformó Stanley Kubrick en figurativas imágenes. Luego se sucedía, recuerden, el enchironamiento y el experimento, Pavlov mediante, para convertir al joven Alex en buena persona. Y a raíz de esa fábula moral, exploración de la conducta, algunos debates con chicha: el libre albedrío, la elección entre el bien y el mal y hasta, en el marco futurista, el uso político de este surtido de técnicas psicológicas.

No creo en las pajas mentales de la película, ni en los críticos postmodernos que ven simbología fálica aquí y allá, pero me seduce el ambiente turbio, la oscuridad de ese lenguaje inventado y, claro, el empleo de Beethoven que se girará en contra (¡oh efecto colateral del tratamiento!) en el propio protagonista. Alex, ya reformado, acaba vomitando y se pone muy malito (como me pasa a mí cuando escucho la infernal Course Navette) con la sola intención de intentar propinar un puñetazo pero también cuando le llega a sus oídos la novena sinfonía del colega Ludwig Van.

Ahora escucho este cuarto movimiento y lo asocio con el personaje en su versión cabrona, díscola y ‘on fire’: cuando putea a sus amigos, cuando se come el mundo y la noche, cuando se crece, enfundado en un traje noble y aparatoso, y acaba seduciendo y fornicando a dos muchachas o cuando gasta la madrugada haciendo el vándalo. Todo tiene una lectura perversa, como escuchar esta versión extraña y sintética de la novena, manoseada por Walter Carlos, (un transexual: luego Wendy Carlos), que fue pionero en mezclar clásica y electrónica. Despacha en esta BSO el Vocoder y yo pienso en maldades, en trompetas de ángeles, en trombones del demonio y en el azul radiante de una mañana de verano.

La elección de V the Wanderer

SANTA ESMERALDA – DON’T LET ME BE MISUNDERSTOOD

‘EL BUENO, EL MALO Y EL RARO’
(‘JOHEUNNOM NABBEUNNOM ISANGHANNOM’) (KIM JI-WOON, 2008)

Regla de oro de las bandas sonoras: no use una canción masticada, conocida de sobras por el público, especialmente si ya está asociada a otra película. No a menos que quiera evocar ese referente, vincularse a él de alguna manera o añadir algún comentario sólido. Parodie o póngase post-moderno y referencial, pero no ponga ‘Así habló Zarathustra’ o ‘La cabalgata de las valquirias’ si quiere que su escena tenga personalidad propia. Regla de oro, inamovible y sagrada, sí, pero luego está ese delirio llamado ‘El bueno, el malo y el raro’, western kimchi que desata vibrato y locura en el desierto de Manchuria de los años 30.

En este caso la batidora se volvió loca: colorido director surcoreano (¡qué músculo tiene ese cine!) reinterpreta a Sergio Leone, italiano que definió un casi-género, el spaghetti western, precisamente barnizando el jidai-eiga o chanbara japonés con la laca del far west americano. Vamos: Kurosawa va al Oeste y décadas más tarde vuelve a Oriente, irreconocible.

En lo musical la batidora no estuvo menos quieta: un tema escrito para Nina Simone, transrockizado por Eric Burdon y sus Animals y luego disco-latinizado por los francoamericanos Santa Esmeralda. Por el camino tuvo versiones de todo dios, desde los putos Killers a ese indefinible cover flamenco-árabigo de Alabina (titulado ‘Lolole’). Y luego, claro, está Tarantino (ojo: heredero de Leone y del chanbara, por otra parte) y su acertada colocación en ‘Kill Bill’, que la relanzó al musicario popular y la ancló para siempre en ese duelo entre la Novia y O’Ren Ishii.

Habría que ser un kamikaze o un loco kimchi saturado de pop para volver a usarla, pocos años después, en el clímax de una película y esperar que la sombra del director americano no lo tapara todo. Pero ahí están el Bueno, el Malo y el Raro en tremebunda persecución, mezcla de western, Indiana Jones y las viñetas finales de cualquier Mortadelo, con la versión instrumental de este temazo a todo trapo. Y nuestros corazones a mil, acompañando a una sonrisa de niño aventurero. No sólo salva la propiedad y mantiene identidad propia, es que funciona de lujo. Hasta les juraría que, en según qué momentos tontos, asocio más este tema a la polvorosa Manchuria que a las peleas de Quentin. Pero no se lo digan a nadie.

La elección de Withor

JEFFERSON AIRPLANE – SOMEBODY TO LOVE

‘UN TIPO SERIO’
(‘A SERIOUS MAN’) (JOEL & ETHAN COEN, 2009)

Pregúntenme si algún día me encuentran por la calle o tirado en un bar quién es mi director favorito y mi respuesta será doble. No porque sea incapaz de elegir y tenga que recitar aquella maldita frase. No, no diré ‘soy incapaz de quedarme sólo con uno‘. Es que vienen en pack, pero son dos. Los hermanos Coen. ¿Por qué? -me preguntarán-. Y yo, poco dado a pajas mentales, a recitaciones cinemaníacas de estilo caniano, a valorar el todo por sus partes, o sus partes por el todo, es decir, yo, que lo que me gusta es sentarme en el sofá y disfrutar, les diré que ellos son mis elegidos porque ellos son, simplemente, los que han hecho más películas que me han hecho disfrutar como un putero en Amsterdam.

Dicen sus detractores -incapaces de negar su talento y por lo tanto con pocas armas arrojadizas- ‘son muy irregulares, igual te hacen una obra maestra que un pastel’, y hasta hace poco yo, desconocimiento asimilado, les daba la razón. Hasta que hace poco empecé a revisionar sus supuestas -¿se han visionado antes de criticarlas-? películas malas. Sorpresa. Y alegría. Ya suena la banda. Sus películas flojas no son flojas. ‘Ladykillers’ es muy divertida. ‘Barton Fink’ es gloriosa. ‘A serious man’ hay que verla sin prejuicios.

¡Cojones! Qué yo lo que quiero es disfrutar. No tengo ansías bollerianas, y me da igual que el final esté inacabado. O que no se entienda. Y tanto que disfruté… El chico, después de estar toda la película pasando penurias, consigue los 20 pavos que le debía al matón de su clase, el doble de Gegant. Y el chico lo mira, con la música de Jefferson Airplane rebotando en sus oídos con el máximo volumen que un walkman de aquella época podía soportar. Y el matón, en vez de matar, le mira con indiferencia. Hay algo más importante en ese momento. Hay un huracán viniendo hacia ellos. Y los 20 pavos dejan de tener importancia. Y la película se acaba. Y disfrutas: entiendes que la canción no podía estar mejor escogida. Porque en momentos como esos, incluso un matón no puede dejar de preguntarse, igual que haríamos todos nosotros: Don’t you need somebody to love?