Me acerco al Conservatorio de Palma escondido en mi abrigo y aguantando con estoicismo la lluvia. No se me ocurre mejor clima para un recital de Wagner, autor épico y tormentoso al que no se puede ir a ver en chanclas. El acto lo han organizado Amics de l’Òpera y me dejo caer un poco a ciegas, movido en parte por las ganas de darle a la clásica en vivo y en parte por la recomendación de Kiko Cañellas, amigo que es, a su vez, de los citados Amics.

Me impresiona lo espacioso, pulcro y acogedor del auditorio, y reprimo una palmada o un do de pecho para comprobar la acústica. Hay cierto nosequé religioso en los espacios de música académica que sobrecoge y predispone al éxtasis y la trasverberación. Me estaré volviendo pijo o vago, pero cada vez los prefiero más a las salas con barra y espirituosos.

Kiko me da cuatro pinceladas sobre los intérpretes y el programa (la selección parece concienzuda) y aparece el presentador. Anuncia, casi a modo de disculpa, que la soprano acaba de pasar por un proceso gripal y es posible que no alcance alguna nota. Imagino por un momento al público tomando apuntes, garabateando apuntes sobre corcheas y tímbrica mientras niega severamente con la cabeza, y me siento un poco ignorante (disfruto bastante de la ópera pero la entiendo poco y mi oído lo deja pasar todo). Entran el pianista, Carlos Vázquez, y la soprano, María José Perelló, y al poco veo que la advertencia no era más que exceso de precaución o modestia: la interpretación es potente, sólida, abrumadora. Siento un par de escalofríos que me pillan por sorpresa y veo que el público que me rodea, los que saben, están igualmente cautivados.

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Perelló es mallorquina y me cuenta Kiko que la ha visto progresar hasta alcanzar circuitos internacionales. Desde mi absoluto desconocimiento en materia wagneriana, me cuesta imaginar las arias del germano en mejores manos, o mejores cuerdas vocales. Arrancan con ‘Der engel’, uno de los poemas de Mathilde Wesendorck que el autor total adaptó para voz y piano, y veo que Vázquez tampoco se defiende nada mal a su instrumento.

Un recital de arias para voz y teclas presenta un par de obstáculos a superar: en primer lugar, los fragmentos pueden quedar descontextualizados, fuera del marco dramático de la obra y sin el aparato teatral (vestuario, maquillaje, escenografía, iluminación) que los ha de acompañar; en segundo, el piano ha de hacer un sobreesfuerzo para recoger la bravura y el tronío de una orquesta completa. En cuanto Perelló y Vázquez le meten mano a ‘Las hadas’ veo que esta tarde no habrá problemas: ambos se valen y se sobran para hipnotizarnos.

La primera parte cierra con un repaso a ‘Tannhäuser’ que incluye un solo de piano (‘O du mein holder Abendstern’ según los maravillosos arreglos de Liszt), la plegaria de Elisabeth y un colofón de los de escalofrío constante y ovación en pie con ‘Dich, teure halle‘. La pieza exige vísceras desde la primera frase y Perelló demuestra potencia, rango vocal y emoción tormentosa. Llegamos al descanso en alto y yo aún no he hecho el chiste de invadir Polonia.

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María José Perelló en Diario de Mallorca

Aprovecho el receso para hablar con el presidente y algunos miembros de Amics de l’Òpera, que elogian de nuevo a los intérpretes y me hablan de sus actividades, organizadísimas y movidas por un gran amor al arte. Es el año de Wagner (bicentenario de su nacimiento) pero también de Verdi y de Britten y ni siquiera su entusiasmo alcanza a cubrir todas las efemérides: por un momento, la clásica se convierte en un asunto de máxima actualidad, de urgencia y fechas límites, y no puedo más que celebrar esa vida.

La segunda parte arranca aún con el público en caliente y el entusiasmo se acrecenta con piezas de ‘Lohengrin’ y una interpretación a piano de ‘El crepúsculo de los dioses’. Conozco bien el fragmento (lo utilicé para acompañar un vídeo promocional de una obra sobre el conde Ciano) y me invade una familiaridad plácida con alguna frase del cortejo fúnebre. Esta vez sí se me quedan algo cortas las teclas: noto que le falta bramido, que algún compás suena brusco, incompleto. Más tarde Kiko me resolverá la duda: Vázquez ha tocado con la tapa a medias, en lugar de abrirla por completo, y eso proyecta mucho menos el sonido. Aún así, oigan, delicia de las de mesarse la barba y acariciar el monóculo.

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Cierra el recital la balada de Senta de ‘El holandés errante’, una demostración de fuerza tan o más grande que la de ‘Tannhäuser’, y despedimos el asunto con un aplaudir fortísimo que obliga a los músicos a salir varias veces. Perelló, con el ramo de flores que Kiko le acaba de entregar entre las manos, agradece el recibimiento y se arranca con un inesperado bis: la Siciliana de Verdi. Me sorprende la soltura con la que cambia de registro, de la oscuridad valquiriana de Wagner al desparpajo festivo del italiano en solución de continuidad.

Salgo del conservatorio felicísimo, incluso sonriente. Recuerdo ‘L’òpera en texans’, aquel programa de divulgación, y caigo en la reflexión tópica de la distancia entre la música académica y el gran público. Ay, si ellos supieran. Aquí no ha habido pose, intelectualismo ni superioridad esnob; tan sólo emociones hechas sonido, destreza técnica y una celebración de la Música, el mejor intento humano por alcanzar lo inefable.

V the Wanderer