Tres canciones, 261. La elección de Withor:

LUDWIG VAN BEETHOVEN – ‘SINFONÍA N. 9 EN RE MENOR, OP. 125’

Música para correr, música para trabajar, música para relajarse, música para follar, música para unas vacaciones, música para leer, música para conducir, música para pasar mejor un día de resaca, música para estudiar y a este ritmo pronto aparecerá la música para escuchar música. Todas ellas me parecen etiquetas banales, vacías y forzadas, sin contenido real, creadas no sé bien por qué (ni por quién, ni con qué objetivo) dentro de la creciente obsesión que nos rodea por alistarlo todo (¡maldito Internet y sus daños colaterales!).

A mí no me miren, que yo soy tan apañado que con una misma canción igual conduzco que leo o trabajo y, si me pongo farruquito, incluso me puedo relajar con ella a la vez. Ya expliqué en la extinta sección ‘Correr de oído’ que a la hora de correr suelo escoger canciones que pocos asociarían al arte de trotar, como por ejemplo temas psicodélicos de 14 minutos o una tonada con un título muy del mundo del deporte y la salud como ‘Copa, raya, paliza’. ¿Y por qué no? Me parece dañino limitar la música a una sola causa, como si hubiese sido creada para situaciones concretas y fuera de ese contexto perdiese toda su fuerza y su significado. Alistar las canciones me parece una buena manera de infravalorar la música como arte (y como lenguaje).

gimnasius

Hace un par de semanas, y después de unos meses de desconexión, volví al gimnasio acompañado de mi viejo y cascado pero fiel MP3. Por los altavoces sonaban canciones de Beyoncé, Guetta, Melendi y raperos americanos a cuyo nombre no presté atención, todas ellas incluidas en la (imaginaria) lista ‘Música para hacer ejercicio’. Pero a mí me daba igual. Por mis cascos iban desfilando con precisión La Femme, Wilco, Los Punsetes, Extremoduro, Grupo de Expertos Solynieve, Triángulo de Amor Bizarro o Arcade Fire. Hasta que llegó el turno de Beethoven, y todo a mi alrededor se paralizó. No escuchaba otra cosa que fuera más allá de las notas escritas en su día por Ludwig Van. No podía reaccionar, todo mi ser se concentraba en un punto de mi cerebro, en el que se erguía una pregunta que me agarró con virulencia y sin atisbo de dejarme marchar: ¿por qué no ponen a Beethoven en los gimnasios?

No es cuestión de buen gusto musical ni de pedantería, sino una idea práctica. En los gimnasios buscan música enérgica, con fuerza y vigorosidad, con la capacidad de llevar a las personas a su límite físico. Música que pueda llegar a ser violenta, que consiga hacer emerger la rabia que todos llevamos dentro. Fuerza, pasión, energía, violencia… ¿acaso estos adjetivos no definen a la perfección una buena parte de la música de Beethoven? Doy un paso más. En las clases de spinning buscan canciones con ‘subidones’, que den alas a los que estén a los pedales en los momentos de mayor dureza. Pues bien, escuchen la op. 125 de la ‘Novena’ a partir del tercer minuto y díganme si no es el ‘subidón’ con más energía que han escuchado jamás. Yo no entiendo demasiado de música clásica, pero recuerdo algunos de estos cambios de ritmo bestiales en otros compositores.

Música clásica a todo trapo en los gimnasios. Parece una locura, una utopía noocrática o la mayor estupidez que se me ha ocurrido jamás. Y sin embargo, no lo veo tan descabellado. Tan solo hace falta que algún espabilado recopile unas cuantas canciones, las empaquete bien ordenaditas y las aliste bajo el título ‘Música clásica para el gimnasio’, para que antes de que nos hayamos dado cuenta estemos levantando 60 quilos en press banca siguiendo el ritmo de Wagner o de Chopin.

@adriwithor