La Inercia ha destapado esta semana el escándalo de un político que no metía la mano en la caja ni tenía cuentas en Suiza ni pollas y estaba cortándole el rollo a los demás. Cuando lo estaban enchironando, argumentó en su defensa que no tenía tiempo de delinquir porque dedicaba todo su tiempo a leer y estudiar las recomendaciones de esta sección, faro cultural de occidente. Aquí hay moraleja o sátira, tetes. Piensen en ello.

La elección de V

TAKURO YOSHIDA – TABI NO YADO

(De la serie: «La Inercia, quinto aniversario».)

Hablemos del Fenómenos Paramusicales. De los muchos caminos torcidos que nos ha hecho recorrer esta movida (¿web? ¿holding? ¿proyecto ideológico?), puede que ése sea el que más me satisface. Tal vez por inesperado o por delirante, el Fenómenos (una sección del show radiofónico dedicada a desmontar los mimbres de canciones y rastrear sus loquísimos orígenes) es casi una adicción. También puede ser porque da salida a una de mis filias de tío obsesivo, de submarinista incurable de las aguas internacionales de la cultura: mi querencia por la rima, por las piezas que se propagan y contagian y acaban donde menos te las esperas. Mi pasión por la búsqueda e identificación de patrones, dicho en ciencia. Mientras otros buscan la espiral de Fibonacci en los remolinos del café, yo me empeño en que Muse sacaron un riff del ‘Columns’.

Cada vez que se me activa una alerta la caza suele resolverse con éxito, más por la inestimable ayuda de internet que por mi buen oído. Sin embargo, hace poco encontré mi techo: al escuchar la versión de ‘Tabi no yado’ (estupendo temazo de Takuro Yoshida sobre unas intrascendentes vacaciones a un onsen o balneario japonés) que hizo Hibari Misora (¿recuerdan? Tesoro Nacional Viviente del Japón), la puta sesera se me puso en vilo y declamó «¡oye, tron! Esto ya lo has escuchado antes».

El pegadizo riff de guitarra que define la canción de Yoshida suena en la réplica de Misora a caja de música metálica y, oigan, yo creo que eso lo conozco. Sonó no hace mucho, diría, hasta el aburrimiento en un spot de tele, probablemente en una de esas bazofias de telefonía móvil. Ahora, perra suerte la mía, la neurona paramusical no me deja pensar en otra cosa. Hasta recurrí a Twitter en busca de sabios, pero nada. Vamos a ver si usted, querido lector, amadísima lectora, me puede sacar de este sufrimiento. Y si no, pues al menos se escuchan un temazo bravo, que no es poco.

La elección de Raúl

NOVEDADES CARMINHA – NON QUITO O CHÁNDAL

Cuentan las crónicas que aquí el padre del amigo inercio Cano, en brillante arrebato de distensión, se presentó un domingo en chándal y con gorra para ver un partido del Mundial por la tele. La antianécdota tiene algo de miga, piénsenlo: el chándal como estado de ánimo, como declaración de vida, como fotografía de un momento en el que expandir y alargar el domingo hasta extremos insospechados, sacándole jugo hasta el descuento. El chándal, en otros usos desclasado uniforme del yonki o de Damon Albarn, iba más allá del atuendo dominguero meramente deportivo: había en ese empleo tímidos dejes de pequeñoburgués, una desconexión olímpica del ajetreo diario y una fenomenal explosión de salud (¿menos Prozac y más chándal?).

Cuando me explicaron la escena sólo pude sentir envidia. Trabajo casi todos los domingos y me tomo la licencia de ir en pantalón corto y chanclas al trabajo. Hasta ahí la concesión, pero no es lo mismo. La posibilidad de un domingo por la tarde en chándal (también una puerta terrorífica a nostalgias y modorras) se me antojó un lujazo del que yo estaba a años luz. Todavía no me he atrevido a hacer el experimento (ni siquiera tengo ropa así, creo), porque considero que, como si fuera un traje, hay que enfundarse el chándal con cierta racanería, seleccionando las ocasiones especiales. Es en esa excepcionalidad donde radica la magia de su potencial.

Hay divergencias con el mensaje de la canción que traigo. En este tema, el discurso de Novedades Carminha, garage punk gallego, entronca con el del entrenador Luis Aragonés, que reivindicaba el chándal como permanente mono de trabajo para alguien constantemente vinculado al fútbol. Podría estar de acuerdo con esa dignificación, pero yo apuesto más por la dosificación más allá del deporte. El chandalismo bien llevado de fin de semana tiene algo terapéutico, como de disponer el cuerpo colgandero y no querer ni poder presentar batalla. Voy a la tienda por si acaso, en busca del día (la tarde) en que darme, por fin, ese tremendo autohomenaje a la indolencia.

La elección de Withor

ELS PETS – TARRAGONA M’ESBORRONA

Una ciudad como dios manda no puede ir por el mundo sin una canción que ejerza la función de himno popular. Barcelona es una de las grandes afortunadas, ya que goza de una elegante, épica, de poner vellos de punta (la de Mercury y Caballé), pero también de la pachanguera, la de camisas abiertas y bailoteos con cerveza en vaso de plástico (la de Los Manolos). En el caso de Madrid, curiosamente, la mejor visión de la ciudad la ha aportado un jiennense. Las sabineras ‘Pongamos que hablo de Madrid’ y ‘Yo me bajo en Atocha’ son, cada una en su estilo, insuperables. ‘London calling’ es la más representativa de Londres (hasta resultar cansina) y ‘New York, New York’ de Sinatra es un tótem inamovible (si bien, en mi modesta opinión, ‘New York I love but you’re bringing me down’ de LCD Sondsystem la supera en emoción e intensidad).

Pero las ciudades pequeñas también tienen su derecho a inspirar temazos. Ahí tienen ‘La capital mundial’, que cualquier aspirante a alcalde de Huesca debería poner en sus mítines si quisieran mi voto. Por no hablar de la mítica ‘Una vieja y un viejo van a Albacete’, quizás el gran regalo que ha hecho al mundo la ciudad manchega (junto a las navajas). En el caso de Tarragona, la ciudad inercia, contamos con un binomio difícil de superar ya que funcionan como caras opuestas de una moneda. ‘Murallas de Tarragona’, un bello canto de Bernardo Ríos a nuestra historia y patrimonio romano, y ‘Tarragona m’esborrona’, que pinta la ciudad como una especie de Bronx a la catalana y que incluye en su estribillo la otra santa sede de la Inercia, Constantí. Sólo por eso (y por el rap noventero que incluye) merece la pena que le echen una escucha.