Se quejaba el otro día Pedro Ruiz de que se celebraba el (eterno) retorno de Buenafuente a la televisión, mientras que algunos, como él, llevaban fuera más de diez años. Si bien esto no es cierto, ya que en 2007 estrenó El siguiente, que se dio un sonado batacazo, Ruiz lleva sin levantar cabeza catódica desde La noche abierta. Sin embargo, sigue a flote en los teatros con su espectáculo No estoy muerto, estoy en el inserte aquí el teatro en el que se represente la función. Bueno, tal vez sea más acertado decir que sigue a pique.

No estoy muerto, estoy en el Olympia (en este caso) se presenta como una obra autocondescendiente, enfocada como es natural a potenciar lo que Pedro Ruiz cree que son sus puntos fuertes. El showman no niega en ningún momento, e incluso hace hincapié en ello, que tiene un ego descomunal… algo que está muy bien, siempre que se tenga algo para respaldarlo. No es el caso.

No estoy muerto, estoy en el Olympia

A lo largo de las dos horas y media (¡!) que dura el espectáculo, por el escenario desfila una serie de situaciones cada vez más rocambolescas. El inicio de la función nos trae este tráiler de la película aún por estrenar que Ruiz rodó en 2011, El rey de la basura. El hecho de que al final ponga «Próximamente… ¡si nos dan la pasta!» no augura un buen futuro para la producción. Justo después, el powerpointismo da un paso más allá, y se muestra un vídeo de la canción Los que viven del cordero, precedido de una advertencia «¡Ojo a la letra!», como en esos correos tan graciosos que te manda tu cuñao.

Una vez pasado el preámbulo, comienza la verdadera función con una despampanante modelo senegalesa, Aicha Chanel, en bikini, aceitada y doblada en directo por Pedro Ruiz. «Yo es que me veo así», dice Ruiz, introduciendo un monólogo sobre lo mucho que se quiere y sus mil y una proezas. Chanel vuelve a hacer acto de aparición casi al final, en una farsa en que la que el protagonista imita a Rajoy, y ella, a la niña del deficiente presidente. Como habrán adivinado, va vestida de colegiala sexy, por supuesto. Seguro que Femen protestaría muy fuerte por el uso sexualizado de la mujer en esta función. Y lo harían en topless.

El sexo opuesto (opuesto si es usted un hombre, claro) es tema de diatriba en No estoy muerto, pues Pedro Ruiz arremete contra lo manipuladoras y egoístas que son y… en fin, se hacen una idea. Él mismo se manda callar aduciendo «que luego me llaman misógino», pero en el fondo lo hace por provocar. Se nota.

Pedro Ruiz

Precisamente es la provocación el núcleo del espectáculo. Ruiz arremete contra los políticos, contra los banqueros, contra el sistema, contra los gerifaltes… pero lo hace todo con una falta de sutileza y tacto que lo coloca al nivel del peor Sacha Baron Cohen. Ya me dirán ustedes qué sutileza es ponerse una diadema y hacerse pasar por Cristina Kirchner mientras repite una y otra vez que tiene «un amante que me come el chichi». De hecho, el tema del «chichi» es una constante en la función, dado que Ruiz aprovecha la más mínima ocasión para deslizar la palabra sibilina y puerilmente. Por momentos, parece que uno esté en el patio de un colegio.

Hay que destacar también las canciones eróticas en las que centra parte del espectáculo bajo el pretexto de ser «el festival de Euroticón». Para serles sincero, fue con esa sección la única en la que me salió una carcajada. Una carcajada nerviosa, una carcajada como la que proferiría alguien que hubiese visto a Yog-Sothoth, pero carcajada a fin de cuentas. Y es que ver a Pedro Ruiz cantando «Fóllame ya» con la melodía del Felicità de Al Bano le hace perder la cordura a cualquiera.

Esa es la parte más guiñolesca de la función, pero hay otra más seria (o eso pretende) en la que Ruiz afirma estar «hasta los cojones» de todo. Del sistema, de sus problemas con las mujeres… todo esto gritando mucho e intentando ser el nuevo Pepe Rubianes, claramente sin conseguirlo. Es esta parte del espectáculo la que se puede resumir como «un señor bajito y muy enfadado gritando muy fuerte durante una media hora». Demagogia, perogrulladas… todo tiene cabida en esta parte de la función, que haría sonrojar incluso al Comité de Reiki y Biodanza del 15M.

Pedro Ruiz Pepito

No queda ahí la cosa: Pedro Ruiz hace un clinteastwood y habla con una silla vacía en la ya mentada crítica a las mujeres, presume (varias veces) del tamaño de su pene, e incluso se arranca con canciones propias que avergonzarían al mismísimo David Brent. Todas estas joyitas van salpicadas por una disertación filosófica sobre el culo y el arte de la defecación, además de una petición al público de que le llame «hijo de puta», algo a lo que muchos se entregaron en cuerpo y alma, probablemente motivados por haber pagado treinta euros por ver este despropósito.

Como en el caso de los Morancos o El chou de Lou, me gustaría poder decir que, aunque a mí me pareciera un espectáculo bochornoso, el público objetivo aulló carcajeándose. No fue el caso. Sí, hubo algunas risas, claro, pero en más de una ocasión, Pedro Ruiz se quedó en silencio, esperando un aplauso que no llegó. A la salida, los asistentes comentaban «no está mal, PERO», «es demasiado largo», «ha perdido bastante»… A tenor de lo oído, diría que la acogida entre sus seguidores fue agridulce. De todos modos, él dijo al final «si les ha gustado, mándenme a sus amigos… y si no, mándenme a sus enemigos, y yo me encargaré de ellos». Pues ni tan mal.